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MIS OBSESIONES

La noche de San Juan

A primera vista, la noche de San Juan puede parecer uno de los momentos punteros del año: a las puertas del verano, el carisma de una celebración pagana, con fuegos y artificios, y con la libertad de las obligaciones cotidianas a unos pocos pasos, es quizá para muchos un momento insuperable y lleno de promesas. Y así es, pero no nos olvidemos de que esa misma celebración, la noche del 23 de junio, da lugar a una congregación de berzotas, garrulos y otros seres por el estilo que se juntan para sentirse realizados por una noche al año.


¿La noche de las brujas? No. La noche de los garrulos.

Un elemento indispensable en San Juan son los petardos. La semana antes, se abren a lo largo de la ciudad casetas expendedoras de toda clase de artilugios pirotécnicos, y se forman largas colas de críos ansiosos por adquirir las típicas burbujas y bengalas, de padres que acompañan a sus hijos para, con una irresponsabilidad ajena a cualquier tipo de sentido común, comprarles petardos sólo disponibles para mayores de dieciocho años, y de gañanes sin más, de cualquier edad, que van allí a hacerse con un arsenal completo y ruidoso con el que dar rienda suelta a su estupidez la única noche del año en que tienen coartada para hacerlo.

Días antes de la víspera de San Juan ya hay numerosas señales de lo que se avecina. Espontáneamente escucharemos desde la calle bombas de relojería estallando con un estruendo del demonio, y que nos producirán una curiosa mezcla de sobresalto con indignación, el mismo tipo de ira que nos asalta cuando en un momento de tranquilidad, o de concentración, escuchamos una moto con el tubo de escape trucado. Pero bueno, se acerca San Juan y tenemos que ser comprensivos.


¡Guau papi! ¡Qué pasote! ¿Me lo compras?

Lo malo es que la gente aficionada a este tipo de cosas, en su mayoría, no es tan respetuosa con aquellos que no comparten su hobby. De este modo, veremos insuperables ejercicios de mongolismo, sofisticadas y peligrosas idioteces cuyo único fin es causar los mayores estropicios posibles: desde gente introduciendo petardos encendidos en botellas de cristal, papeleras o contáiners cerrados hasta insensatos lanzándoselos unos a otros. Y esto sin contar todos los inventos posibles a los que puede dar lugar un alto grado de gañanería, algo que, por otro lado, en nuestro país no falta. Así que es probable cualquier tipo de invento de animal callejero + petardo, por no hablar de esa especie de ruleta rusa infantil que se puso de moda cuando yo tenía quince años: cuatro o cinco chavales se ponen en fila y sostienen un petardo de los llamados carpinteros entre los dientes, otros se encargan de encenderlos al mismo tiempo, y el juego consiste en que gana quien lo escupe más tarde. Recuerdo cierto día en el que reventó el labio superior de un chico y a otro le volaron los dientes que sujetaban el petardo.


A ver. ¿Quién es el primero en ponérselo en la boca?

La noche de San Juan ya es la apoteosis de los garrulos. Como hemos dicho antes, acostumbrados a tener que moderar su brutalidad y primitivismo, por fin encuentran una oportunidad para ejercer sus ansias de caos. Caminar por la calle se convierte, para las personas normales, en algo peligroso. Es común ver a inconscientes lanzando en horizontal esos cohetes con palos, calle abajo, quizá en busca de algún ojo. O a individuos que arrojan petardos desde los balcones de su casa. O a niños manipulando misiles a pequeña escala -especialmente los absurdos chupinazos, que funcionan por fricción-, por la gracia de sus padres, que creen que la ley que impide esta clase de pirotecnia a los menores es una tontería, hasta que su hijo regresa a casa con la mano hecha fosfatina y entonces piensan en imponer denuncias a la casa fabricante. Pero especialmente lamentables son esos energúmenos mayores de edad, que circulan por la calle con su bolsa de artefactos colgando de una mano, que se sitúan en una plaza y que lanzan alguno de sus petardos sin pensar en que quizá a los demás les molesta la explosión, peligrosamente cercana, y que, una vez concluida su peculiar obra de arte, esbozan una sonrisa de "qué gamberro soy, pero qué le vamos a hacer, es San Juan, así que no me digáis nada" y marchan para ceder su sitio a otro especimen de iguales características.

San Juan me gusta en espíritu, pero no en lo que realmente supone: una exhibición de gañanería pura, de chimpancés que, una vez al año, tienen vía libre para ejercer sin problemas sus impulsos animales.

6 comentarios

david -

si no os gustan no tireis, asi de facil.

lilo -

Soys unos capullos los petardos son lo mejor que existe

Civ -

Yo es que ni me entero de cuando hay fiestas de este tipo, no estoy al día de las tradiciones, jeje.

son -

qué día y qué año llegaron los petardos a nuestro pais? después de la 2GM pq echaban de menos el ruido de las explosiones?

arbitro -

¿Qué le vamos a hacer? Siempre hay tontos que en el nombre de tradiciones se encarga de joder al personal. Por cierto, el okupa que está en el parque debajo de mi casa tocando los bombos a las dos y media de la madrugada, se merecería también un post de los tuyos, Cabeza de Cristal.

Cunyatman -

Asi es, yo mañana no iré a la playa, mejor en casita....