La muela del juicio
Hace unos meses fui, no muy convencido, a la casa de un amigo de mi compañera que nos invitaba a cenar. En cuanto llegué, supe que mis sospechas quedaban confirmadas: el alcohol brillaba por su ausencia (apenas dos latas de cerveza para diez personas) y toda la cena se reducía a unos platos de ganchitos y a una putrefacta comida de chino pedida por teléfono. Enseguida vi que me costaba mucho comer. Sentía desde el lado izquierdo de la cara unos terribles aguijonazos de dolor en la boca. El dolor creció hasta hacerme muy difícil concentrarme en otra cosa, así que no me apetecía ni comer ni hablar y, para colmo, el malestar se extendió al estómago. Además, al terminar la cena comprendí que ese tipo no nos había invitado a cenar, sino que más bien nos había convocado en su casa para cenar, porque antes de irnos, raudo y ágil, nos comentó que "teníamos que hacer cuentas". O sea, cada uno se pagaba lo suyo.
Recuerdo que aquélla fue una de las peores noches que he vivido. A mi compañera le sentó mal la comida y estuvo vomitando toda la noche. A mí me parecía muy difícil el simple hecho de abrir la boca, y sólo tenía ganas de tumbarme y soportar como fuera el dolor. Estuve así dos días, ya que coincidió con el fin de semana, y ese mismo lunes fui a la dentista. Su veredicto, después de una cara de sorpresa por lo considerable de la infección, fue que era necesario quitarme la muela del juicio. Me recetó unos antibióticos, a los pocos días el dolor remitió y yo empecé mis vacaciones. Sin embargo, justo a la vuelta tenía cita para una operación de apenas una hora que había de ser sencilla.
Esta mañana ha sido el momento. Después de recibir dos inyecciones de anestesia, la dentista ha desaparecido y me ha dejado solo unos cinco minutos. He empezado a notar que se me dormía el lado izquierdo de la boca: perdía la conciencia de los límites de mis labios y de la barbilla. Entonces ha vuelto a aparecer, ataviada con una mascarilla y unas gafas protectoras, y me ha dicho que cerrase los ojos.
Me ha podido la curiosidad. Los he abierto cuando un torno mecánico me cortaba la muela, y he visto cómo saltaban en el aire las virutas de la muela, junto con una abundante cantidad de gotitas de sangre. El olor a muela quemada impregnaba el aire. La dentista alternaba el torno con un aparato de extracción que consistía en hacer palanca. Cada vez que tiraba de la muela con este último aparato, notaba una presión muy molesta en el resto de mis muelas. Al final la muela se ha roto con estrépito, y ella ha continuado serrando. Justo antes de introducirme en la boca un torno de proporciones considerables, me he fijado en sus gafas protectoras. Estaban salpicadas con varias gotas de sangre. Y esto me ha llevado a fijarme en el reflejo de las gafas, y ha sido una experiencia similar a acercarse al borde de un precipicio y contemplar el vacío. Mi encía estaba abierta a lado y lado y en el boquete asomaba, imponente, como una astilla clavada, la muela del juicio junto con la parte del hueso que sólo acostumbramos a ver en las radiografías.
"Ya casi está", me ha dicho. Un poco más de fuerza, algo más de torno, y fuera. Sus guantes estaban llenos de sangre y cada vez que tragaba podía notar su sabor recorriendo generosamente mi garganta. A continuación me ha cosido los puntos, me ha puesto una gasa, me ha limpiado restos de sangre que me quedaban en la cara y me ha cobrado 150 euros por la operación. No sin antes advertirme que mi boca es un despropósito de caries y muelas del juicio con peligro de erupción, y que va a ser un duro -y costoso- trabajo arreglarla.
De vuelta a casa, sólo podía pensar en dos cosas: en lo poco que sospechaba el mal estado de mis muelas, y en la posibilidad de haber recibido ya el casco inglés de la Segunda Guerra Mundial, encontrado en Normandía, que gané hace unas semanas en e-bay. Enfrascado en mis pensamientos, apenas he advertido que una conocida del pueblo me saludaba y se dirigía hacía mí con la intención de explicarme algo. Mientras me comentaba los últimos lances de su vida, descuidadamente, sin pensarlo, me he metido un dedo en la boca y me he quitado la gasa que llevaba. Me he dado cuenta de que sus ojos se desplazaban asombrados hacia aquel trozo de tela completamente oscuro y del que goteaba sangre, para luego alzarlos nerviosamente de nuevo hacia mi rostro, y por último desviarlos otra vez hacia mis dedos, que me entretenía en limpiar en mi caseta. Supongo que habrá experimentado un impacto emocional semejante al latigazo que me he llevado cuando, ya en mi casa, he bebido de una botella y un chorro de agua ha caído en vertical sobre la cicatriz de la operación.
Después de este caudal de poesía cotidiana, completaré el post con una cadena en la que me involucra Civ de manera muy cortés, aunque eso sí, después de compararme con Hordak enemigo de todos/amigo de nadie, y aunque en un principio mi idea era demostrarle lo contrario... ¡me he dado cuenta de que apenas me llega a dos personas más para continuar la cadena! Pero en fin, he aquí mi actual fondo de pantalla:
Recuerdo que aquélla fue una de las peores noches que he vivido. A mi compañera le sentó mal la comida y estuvo vomitando toda la noche. A mí me parecía muy difícil el simple hecho de abrir la boca, y sólo tenía ganas de tumbarme y soportar como fuera el dolor. Estuve así dos días, ya que coincidió con el fin de semana, y ese mismo lunes fui a la dentista. Su veredicto, después de una cara de sorpresa por lo considerable de la infección, fue que era necesario quitarme la muela del juicio. Me recetó unos antibióticos, a los pocos días el dolor remitió y yo empecé mis vacaciones. Sin embargo, justo a la vuelta tenía cita para una operación de apenas una hora que había de ser sencilla.
Esta mañana ha sido el momento. Después de recibir dos inyecciones de anestesia, la dentista ha desaparecido y me ha dejado solo unos cinco minutos. He empezado a notar que se me dormía el lado izquierdo de la boca: perdía la conciencia de los límites de mis labios y de la barbilla. Entonces ha vuelto a aparecer, ataviada con una mascarilla y unas gafas protectoras, y me ha dicho que cerrase los ojos.
Me ha podido la curiosidad. Los he abierto cuando un torno mecánico me cortaba la muela, y he visto cómo saltaban en el aire las virutas de la muela, junto con una abundante cantidad de gotitas de sangre. El olor a muela quemada impregnaba el aire. La dentista alternaba el torno con un aparato de extracción que consistía en hacer palanca. Cada vez que tiraba de la muela con este último aparato, notaba una presión muy molesta en el resto de mis muelas. Al final la muela se ha roto con estrépito, y ella ha continuado serrando. Justo antes de introducirme en la boca un torno de proporciones considerables, me he fijado en sus gafas protectoras. Estaban salpicadas con varias gotas de sangre. Y esto me ha llevado a fijarme en el reflejo de las gafas, y ha sido una experiencia similar a acercarse al borde de un precipicio y contemplar el vacío. Mi encía estaba abierta a lado y lado y en el boquete asomaba, imponente, como una astilla clavada, la muela del juicio junto con la parte del hueso que sólo acostumbramos a ver en las radiografías.
"Ya casi está", me ha dicho. Un poco más de fuerza, algo más de torno, y fuera. Sus guantes estaban llenos de sangre y cada vez que tragaba podía notar su sabor recorriendo generosamente mi garganta. A continuación me ha cosido los puntos, me ha puesto una gasa, me ha limpiado restos de sangre que me quedaban en la cara y me ha cobrado 150 euros por la operación. No sin antes advertirme que mi boca es un despropósito de caries y muelas del juicio con peligro de erupción, y que va a ser un duro -y costoso- trabajo arreglarla.
De vuelta a casa, sólo podía pensar en dos cosas: en lo poco que sospechaba el mal estado de mis muelas, y en la posibilidad de haber recibido ya el casco inglés de la Segunda Guerra Mundial, encontrado en Normandía, que gané hace unas semanas en e-bay. Enfrascado en mis pensamientos, apenas he advertido que una conocida del pueblo me saludaba y se dirigía hacía mí con la intención de explicarme algo. Mientras me comentaba los últimos lances de su vida, descuidadamente, sin pensarlo, me he metido un dedo en la boca y me he quitado la gasa que llevaba. Me he dado cuenta de que sus ojos se desplazaban asombrados hacia aquel trozo de tela completamente oscuro y del que goteaba sangre, para luego alzarlos nerviosamente de nuevo hacia mi rostro, y por último desviarlos otra vez hacia mis dedos, que me entretenía en limpiar en mi caseta. Supongo que habrá experimentado un impacto emocional semejante al latigazo que me he llevado cuando, ya en mi casa, he bebido de una botella y un chorro de agua ha caído en vertical sobre la cicatriz de la operación.
Después de este caudal de poesía cotidiana, completaré el post con una cadena en la que me involucra Civ de manera muy cortés, aunque eso sí, después de compararme con Hordak enemigo de todos/amigo de nadie, y aunque en un principio mi idea era demostrarle lo contrario... ¡me he dado cuenta de que apenas me llega a dos personas más para continuar la cadena! Pero en fin, he aquí mi actual fondo de pantalla:
¿Qué esperabais? ¿Vísceras, sesos, intrincadas referencias culturales? Pues no: un tibulove.
Y le cedo el turno a... cómo no, el Coronel Kilgore, quien espero que tenga tiempo de hacerlo desde su puesto de francotirador en lo alto de una torre. Y por supuesto, a Engelson, quien quizá delatará que el gesto tranquilo y conciliador de Lope de Aguirre sirve para adornar su pantalla. Y a partir de aquí empiezan los problemas... bueno, que participe también Son si lo desea, aunque hace lustros que no la veo por aquí, y... el Francés, pero no sé si estará mucho por la labor. También me encantaría que participase Gemmita.
9 comentarios
ailen -
Mr. Glasshead -
Nos vemos en pocos días por aquí, amigos. Son, me alegro de verte de nuevo después de tanto tiempo. Ya me explicarás esa casualidad de la que hablas.
Además tengo mucho por leer en todos vuestros blogs.
Un saludo!
glo -
Coronel Kilgore -
Me consta que debe estar infiltrado en las lineas enemigas para volver con suculentos informes...
Civ -
Por cierto, actualiza! Yo tengo la excusa de que no tengo ordenador, pero tú no!
qlaudia -
lo que daria por tener un tiburon.
son -
Cunyatman -
Por cierto que hay afortunados que no tienen muelas del juicio y otros que tienen 4, la vida es cruel hasta en el más mínimo detalle.
La cadena dificilmente la puedo seguir, yo puedo ponerla en mi blog, pero dada la quasi-nula (eso si me consta que me leen todo genios) audiencia creo que mi "rama" caerá pronto....
engelson -
En cuanto al dentista, mi perfecta genética me ha librado de malos tragos (y nunca mejor dicho) como el que nos describes con tanto detalle; sin embargo mi hermano me contó que a la hora de sacarle la muela, tuvieron que hacer palanca y la cara de esfuerzo del dentista debía ser curiosa. Estas historias me recuerdan a Marathon man, y me dan (otra vez nunca mejor dicho) dentera.