Peligrosa lejanía
Hace unas semanas pude presenciar un accidente de tráfico. Era casi medianoche. Estaba charlando tranquilamente con mi amigo, que conducía, cuando observé que un viejo Mercedes que circulaba en sentido contrario invadía bruscamente nuestro carril. Se estampó directamente contra una furgoneta de color blanco que circulaba apenas a dos metros por delante de nosotros. El choque fue casi frontal y, después de un sonido brusco y seco, los dos coches volaron literalmente por encima de nuestro vehículo. El Mercedes suicida quedó derribado en medio de la calzada, con el morro aplastado, y la furgoneta acabó volcada más allá de la cuneta. Mi amigo fue hábil y consiguió detener el coche, encender los intermitentes y apartarse en la cuneta sin que sufriéramos ningún rasguño.
Nos costó unos segundos reaccionar. Decidimos bajar del coche y acercarnos a los vehículos accidentados. La gente que venía detrás de nosotros también empezaba a salir de sus coches. Caminé primero hacia el Mercedes. El pitido continuo de su claxon vibraba por encima de las voces curiosas. Había dos ocupantes en el interior: una persona atrapada entre los hierros, con el volante clavado en el pecho y la barriga abierta y exhibiendo las visceras. A su lado, otra persona estaba viva, con los ojos en blanco y con grotescas convulsiones. Me dirigí entonces hacia la furgoneta por encima de los cristales rotos. Detrás de la ventanilla sólo había una persona absolutamente pálida. Alguien dijo más tarde que no tenía pulso.
La situación pasó de dantesca a surrealista cuando un exaltado, que venía de los coches de detrás y se quejaba de que le habían dado un golpe a su vehículo, empezó a chillar a los accidentados: "Más vale que os muráis, porque si no os mato yo". La policía y la ambulancia llegaron enseguida. No nos preguntaron y pudimos irnos al poco rato.
Normalmente suelo sentir una peligrosa lejanía con respecto a la muerte. El hecho de que se nos hable de grandes catástrofes donde han muerto miles de personas, o de terribles guerras en países exóticos, o incluso de muertos en accidentes de tráfico, no me afecta demasiado. Con esto no pretendo escribir un artículo del estilo de los que aparecen en el dominical de El País y hablar de mi falta de solidaridad y humanidad, sino sólo señalar lo que creo que normalmente nos pasa a todos, y es pensar que vamos a vivir para siempre y que la muerte es algo que le ocurre a los demás. En el caso del accidente que he explicado, si hubiésemos llegado cinco segundos antes al mismo punto probablemente nos hubiera pasado a nosotros. Ahora no estaría aquí escribiendo este artículo, mi vida habría terminado abruptamente, sin esperarlo y quizá sin darme cuenta.
Me parece apropiado, en lo que a esto respecta, hablar de la situación que se vivió durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de exterminio nazis, pensados para la masacre sistemática de todos sus presos. Tras haber leído varios testimonios de supervivientes (recomiendo especialmente el libro Si esto es un hombre, de Primo Levi), he llegado a la conclusión de que los que no murieron fue gracias a su enorme adaptabilidad y capacidad de recursos, a su don de gentes para saber comerciar y usar el ingenio, ganarse a los kapos, estar así mejor alimentados y poder superar de este modo las selecciones, los trabajos más duros y las epidemias. Sin embargo, muchos de los que sobrevivieron han pasado los años ahogados por el sentimiento de culpa que les ha generado, precisamente, el hecho de haber sobrevivido a costa de los que se hundieron. Aunque es cierto que la adaptabilidad ayudó a su supervivencia, no lo es menos el hecho de que en un campo de concentración la muerte era algo más o menos aleatorio: bastaba con que los médicos equivocaran la ficha a la hora de decidir si alguien volvía al barracón o se iba directo a las cámaras de gas, o con tener la mala suerte de ser disparado por un policía que quería ganarse unos días de permiso y que alegaría posteriormente que el preso había intentado huir, o con ser destinado a un trabajo imposible y en unas condiciones infrahumanas. Esta aleatoriedad era la que no tuvieron en cuenta la mayoría de los supervivientes que cayeron posteriormente en depresión.
Y esta aleatoriedad es la que pude contemplar de primera mano a raíz de aquel accidente de tráfico. Solemos sentirnos espeluznados por las muchas personas que murieron en Auschwitz, por lo mal que lo pasan los enfermos terminales de cáncer antes de morir, por las muchas muertes que se produjeron en el accidente de un cámping. El factor común de todos estos hechos es lo peor que nos puede pasar a todos, la muerte. Y lo verdaderamente horroroso es la peligrosa lejanía que a veces sentimos con respecto a que esto pueda suceder. En el momento en que morimos, todos estamos igual de muertos.
"Espera, que te voy a dar una vuelta con mi coche. Hey, ¿por qué sales corriendo?"
Nos costó unos segundos reaccionar. Decidimos bajar del coche y acercarnos a los vehículos accidentados. La gente que venía detrás de nosotros también empezaba a salir de sus coches. Caminé primero hacia el Mercedes. El pitido continuo de su claxon vibraba por encima de las voces curiosas. Había dos ocupantes en el interior: una persona atrapada entre los hierros, con el volante clavado en el pecho y la barriga abierta y exhibiendo las visceras. A su lado, otra persona estaba viva, con los ojos en blanco y con grotescas convulsiones. Me dirigí entonces hacia la furgoneta por encima de los cristales rotos. Detrás de la ventanilla sólo había una persona absolutamente pálida. Alguien dijo más tarde que no tenía pulso.
La situación pasó de dantesca a surrealista cuando un exaltado, que venía de los coches de detrás y se quejaba de que le habían dado un golpe a su vehículo, empezó a chillar a los accidentados: "Más vale que os muráis, porque si no os mato yo". La policía y la ambulancia llegaron enseguida. No nos preguntaron y pudimos irnos al poco rato.
Hola Patch, te dedico esta foto totalmente fuera de lugar. Sólo te pido que me nombres en tu blog. Enróllate, sería un punto.
Normalmente suelo sentir una peligrosa lejanía con respecto a la muerte. El hecho de que se nos hable de grandes catástrofes donde han muerto miles de personas, o de terribles guerras en países exóticos, o incluso de muertos en accidentes de tráfico, no me afecta demasiado. Con esto no pretendo escribir un artículo del estilo de los que aparecen en el dominical de El País y hablar de mi falta de solidaridad y humanidad, sino sólo señalar lo que creo que normalmente nos pasa a todos, y es pensar que vamos a vivir para siempre y que la muerte es algo que le ocurre a los demás. En el caso del accidente que he explicado, si hubiésemos llegado cinco segundos antes al mismo punto probablemente nos hubiera pasado a nosotros. Ahora no estaría aquí escribiendo este artículo, mi vida habría terminado abruptamente, sin esperarlo y quizá sin darme cuenta.
Me parece apropiado, en lo que a esto respecta, hablar de la situación que se vivió durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de exterminio nazis, pensados para la masacre sistemática de todos sus presos. Tras haber leído varios testimonios de supervivientes (recomiendo especialmente el libro Si esto es un hombre, de Primo Levi), he llegado a la conclusión de que los que no murieron fue gracias a su enorme adaptabilidad y capacidad de recursos, a su don de gentes para saber comerciar y usar el ingenio, ganarse a los kapos, estar así mejor alimentados y poder superar de este modo las selecciones, los trabajos más duros y las epidemias. Sin embargo, muchos de los que sobrevivieron han pasado los años ahogados por el sentimiento de culpa que les ha generado, precisamente, el hecho de haber sobrevivido a costa de los que se hundieron. Aunque es cierto que la adaptabilidad ayudó a su supervivencia, no lo es menos el hecho de que en un campo de concentración la muerte era algo más o menos aleatorio: bastaba con que los médicos equivocaran la ficha a la hora de decidir si alguien volvía al barracón o se iba directo a las cámaras de gas, o con tener la mala suerte de ser disparado por un policía que quería ganarse unos días de permiso y que alegaría posteriormente que el preso había intentado huir, o con ser destinado a un trabajo imposible y en unas condiciones infrahumanas. Esta aleatoriedad era la que no tuvieron en cuenta la mayoría de los supervivientes que cayeron posteriormente en depresión.
Proceso de selección sumario en Auschwitz. Las mujeres, los niños y los ancianos solían ir directos a las cámaras de gas.
Y esta aleatoriedad es la que pude contemplar de primera mano a raíz de aquel accidente de tráfico. Solemos sentirnos espeluznados por las muchas personas que murieron en Auschwitz, por lo mal que lo pasan los enfermos terminales de cáncer antes de morir, por las muchas muertes que se produjeron en el accidente de un cámping. El factor común de todos estos hechos es lo peor que nos puede pasar a todos, la muerte. Y lo verdaderamente horroroso es la peligrosa lejanía que a veces sentimos con respecto a que esto pueda suceder. En el momento en que morimos, todos estamos igual de muertos.
7 comentarios
Cunyatman -
isa -
Mr. Glasshead -
Civ -
Mr. Glasshead -
Me alegro de verte por aquí. A ver si escribes algún artículo en tu blog, que lo tienes un poco abandonadillo y el del reggaeton -o como se escriba- me gustó mucho.
Nadj, hasta donde yo sé no son subnormales, que sean feos no quiere decir que también sean retrasados. Y de todas maneras no hago ningún comentario despectivo sobre los numerosos rostros anónimos que suelo poner por aquí. Todo lo contrario, he dejado bien claro que son mi modelo de héroe y que los admiro. No juzgues sin conocer de qué va el asunto.
Nadj -
Coronel Kilgore -
-El primero fue surrealista, iba con mi padre en un seat 127 (paso hace unos 12 años), detras de un R5, cuando una camioneta de estas de mudanzas nos adelanto a los dos al mismo tiempo (era una recta muy larga) cuando inexplicablemente se llevo al R5 por delante, como en las peliculas en que alguien empuja para salir de la carretera al otro, solo que esto no era una pelicula y en el arcen habían unos cipreses...el resultado frenazo bestial nuestro para no comernos a la camioneta que volcó y se arrastraba por el suelo, y el R5 hecho un amasijo una verdadera bola de hierro. Solo te digo que nuestro 127 se quedo tan cerca de la furgoneta que tuvimos que hacer marcha atras cuando fuimos corriendo a pedir ayuda a la guardia civil (no habian moviles y el estado del R5 era tal que ni veiamos al ocupante). El hombre del R5 fue rescatado en coma y murió a las semanas.
-El segundo fue mucho peor, hace 3 años, un 7 de septiembre un hijoputa se salto un stop y gracias a un volantazo en el ultimo momento evite un choque frontal (yo circulaba por la carretera a unos 80 km/h pero el "impacto" segun los expertos fue a 52 km/h, gracias al Audi A4 de mi padre lo puedo contar...solo contusiones y collarin durante unos meses, amen del puto juicio y demás...
Moraleja: Por muy buen piloto que seas y atento que vayas siempre hay un hijoputa que te puede quitar eso que no se puede recuperar...tu vida!
Pero claro, si nos la trae sin cuidado que muera un niño en el tercer mundo cada rato, pues si palman 50.000 conductores al año...tampoco es gran cosa, verdad? Verdad hasta que seas tu el que la diña....
Saludos Mr. GlassHead