El exorcismo de Zabulón
Lo que más me molesta de los asuntos esotéricos y espirituales es la voluntad de creer que exigen a quien se acerca a ellos. Son necesarias altas dosis de credulidad para conceder algo de crédito a las informaciones que se vierten en este sentido. Los testimonios suelen ser fragmentados, o indirectos, o espontáneos y breves, de tal manera que no ofrecen la posibilidad de volver a calibrarlos en unas condiciones mínimas de rigor. Nunca ha habido una aparición paranormal frente a un grupo considerable de personas -obviando, claro está, determinadas figuras de la televisión.
¡Oh no! Es... ¡Zabulón!
Todo esto viene a cuento de un artículo que acabo de leer en El Mundo. Un periodista, José Manuel Vidal, acude a un exorcismo, avisado por un cura español experto en esta materia, José Antonio Fortea. En la teoría, un periodista, en sus crónicas, no debe juzgar sobre lo que está viendo, sino limitarse a ofrecer un retrato fiel y preciso de la realidad a la que asiste. Pero a medida que leemos la crónica, las perlas van cayendo una tras otra. Esto es lo que le dice el cura al periodista:
"No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Preferiría que tampoco me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad."
José Manuel Vidal, la Covi de los periodistas.
El escenario perfecto: ni la chica endemoniada ni su madre podrán ser identificadas, de tal modo que tampoco se les podrá preguntar posteriormente, ni someter a pruebas, ni nada en absoluto. Ya tenemos, por lo tanto, la condición de fenómeno espontáneo característica de todos estos sucesos. Lo que suceda, quedará ahí como las típicas historias de fantasmas de las viejas de pueblo. Al mismo nivel de credibilidad.
El siguiente párrafo parece una mezcla entre una película de risa que parodia el tema diabólico (como la excelente Little Nicky) y un capítulo de la serie Embrujadas:
"Nos cuenta que se trata de un chica poseída por siete demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. «Se llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente» (...) Su madre me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho, primero estuvo gravísima y a punto de morir."
¡En el nombre del señor! ¡Sal de ahí, Zabulón!
Así que esa chica encerraba en su cuerpo una convención diabólica al completo, sin que se nos explique cómo es esto posible físicamente. Normalmente, los exorcistas esquivan este tipo de cuestiones diciendo que se trata de un fenómeno puramente espiritual. Pero está claro que no puede ser así, dado que tiene repercusiones claramente físicas en los supuestos poseídos: hablan en otras lenguas desconocidas, levitan, caminan por las paredes y les crecen garras o cambia el aspecto de su rostro, con lo cual necesariamente unas modificaciones de este tipo deberían poder ser estudiadas y medibles científicamente. Ya ni siquiera hablaremos de esa joven bruja, compañera de clase, que sabe hacer hechizos de muerte contra personas en concreto -esperemos que los gobiernos no se enteren de que se pueden hacer estas cosas... Tantos años perfeccionando la logística militar, para nada. Y la frase del final también da un poco de risa: "primero estuvo gravísima y a punto de morir". Lo tomas o lo dejas: no dice ni de qué estuvo a punto de morir, ni cuál fue la causa determinada médicamente para ello. Y dejamos para el final el peculiar nombre del diablo: Zabulón. Parece un nombre de broma, más que terrorífico.
Así que los periodistas, el párroco exorcista, la chica poseída y su madre van a una capilla a proceder al exorcismo. Por supuesto, nada de cámaras, ni siquiera de fotografías o grabaciones de voz. Un círculo estrecho de testimonios que deben ser creídos sin ningún tipo de prueba. Eso sí, el periodista intenta dar una imagen de seriedad al artículo diciendo que "Trato de registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que asisto a un montaje". O sea, que a él no se la dan con queso. Es un tío serio, nos podemos fiar de lo que vamos a leer a continuación. Y entonces la chica empieza a dar la nota, porque quiere ser el centro de la fiesta. Lo que viene no tiene desperdicio:
"Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella". El periodista pierde la objetividad a las primeras de cambio. ¡Menudo nenaza! Además, lo de "no puede ser ella" es un argumento objetivo, determinante y totalmente creíble, que encierra en sí mismo toda clase de porqués y cómos. Es casi un dogma. Lo que sigue es aún más divertido:
"El padre Fortea acaba de invocar a san Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo de la colchoneta. No doy crédito". Otra vez, el periodista no duda en tomar partido por cualquier truco de prestidigitador y darlo por cierto. Ciertamente, su tendencia a no plantearse de qué manera eso puede ser una farsa, o intentar buscar puntos racionales que expliquen todo ese circo, lleva a pensar dos cosas: o que es un ingenuo, por lo cual no debería ser periodista, ya que su sentido de la realidad es susceptible de ser distorsionado por cualquier mequetrefe, o bien que es altamente sospechoso de estar contribuyendo de manera consciente a la farsa con sus testimonio, opción que me parece, en este caso, más que probable.
Joder, se le ha metido un Zabulón en el ojo.
Después de toda una serie de patochadas, a cual más increíble y deudora de cualquier película de terror -como ocurre en casi cualquier testimonio de lo paranormal: ¿o es que alguna vez ha hablado alguien de un fantasma que le cuente chistes, o que haga bromas sobre su condición de espectro?-, el exorcismo termina sin que el cura haya podido expulsar al carismático Zabulón del cuerpo de la poseída. He aquí el penetrante análisis del periodista de todo lo que ha sucedido:
"Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es un montaje."
No me molesta lo paranormal. De hecho, me atraen mucho estos temas desde el punto de vista de la ficción o de lo puramente bizarro. E incluso, cada vez que leo una crónica similar, me aplico con buena voluntad en su lectura, hasta que la propia naturaleza de lo que se cuenta me obliga a no tomarlo en serio. Lo que sí me parece intolerable es que trate de mezclarse la objetividad periodística con esta clase de temas. Es decir, que deliberadamente se hagan pasar por ciertas historias que no son más que estafas o espectáculos de gañanes, como este último, y que no soportan el más ligero análisis crítico. Todo lo demás es insistir en la vulgaridad, en la superstición, en la creencia del pueblo profundo, inculto y subdesarrollado.