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MIS OBSESIONES

El exorcismo de Zabulón

Lo que más me molesta de los asuntos esotéricos y espirituales es la voluntad de creer que exigen a quien se acerca a ellos. Son necesarias altas dosis de credulidad para conceder algo de crédito a las informaciones que se vierten en este sentido. Los testimonios suelen ser fragmentados, o indirectos, o espontáneos y breves, de tal manera que no ofrecen la posibilidad de volver a calibrarlos en unas condiciones mínimas de rigor. Nunca ha habido una aparición paranormal frente a un grupo considerable de personas -obviando, claro está, determinadas figuras de la televisión.


¡Oh no! Es... ¡Zabulón!

Todo esto viene a cuento de un artículo que acabo de leer en El Mundo. Un periodista, José Manuel Vidal, acude a un exorcismo, avisado por un cura español experto en esta materia, José Antonio Fortea. En la teoría, un periodista, en sus crónicas, no debe juzgar sobre lo que está viendo, sino limitarse a ofrecer un retrato fiel y preciso de la realidad a la que asiste. Pero a medida que leemos la crónica, las perlas van cayendo una tras otra. Esto es lo que le dice el cura al periodista:

"No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Preferiría que tampoco me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad."


José Manuel Vidal, la Covi de los periodistas.

El escenario perfecto: ni la chica endemoniada ni su madre podrán ser identificadas, de tal modo que tampoco se les podrá preguntar posteriormente, ni someter a pruebas, ni nada en absoluto. Ya tenemos, por lo tanto, la condición de fenómeno espontáneo característica de todos estos sucesos. Lo que suceda, quedará ahí como las típicas historias de fantasmas de las viejas de pueblo. Al mismo nivel de credibilidad.

El siguiente párrafo parece una mezcla entre una película de risa que parodia el tema diabólico (como la excelente Little Nicky) y un capítulo de la serie Embrujadas:

"Nos cuenta que se trata de un chica poseída por siete demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. «Se llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente» (...) Su madre me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho, primero estuvo gravísima y a punto de morir."


¡En el nombre del señor! ¡Sal de ahí, Zabulón!

Así que esa chica encerraba en su cuerpo una convención diabólica al completo, sin que se nos explique cómo es esto posible físicamente. Normalmente, los exorcistas esquivan este tipo de cuestiones diciendo que se trata de un fenómeno puramente espiritual. Pero está claro que no puede ser así, dado que tiene repercusiones claramente físicas en los supuestos poseídos: hablan en otras lenguas desconocidas, levitan, caminan por las paredes y les crecen garras o cambia el aspecto de su rostro, con lo cual necesariamente unas modificaciones de este tipo deberían poder ser estudiadas y medibles científicamente. Ya ni siquiera hablaremos de esa joven bruja, compañera de clase, que sabe hacer hechizos de muerte contra personas en concreto -esperemos que los gobiernos no se enteren de que se pueden hacer estas cosas... Tantos años perfeccionando la logística militar, para nada. Y la frase del final también da un poco de risa: "primero estuvo gravísima y a punto de morir". Lo tomas o lo dejas: no dice ni de qué estuvo a punto de morir, ni cuál fue la causa determinada médicamente para ello. Y dejamos para el final el peculiar nombre del diablo: Zabulón. Parece un nombre de broma, más que terrorífico.

Así que los periodistas, el párroco exorcista, la chica poseída y su madre van a una capilla a proceder al exorcismo. Por supuesto, nada de cámaras, ni siquiera de fotografías o grabaciones de voz. Un círculo estrecho de testimonios que deben ser creídos sin ningún tipo de prueba. Eso sí, el periodista intenta dar una imagen de seriedad al artículo diciendo que "Trato de registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que asisto a un montaje". O sea, que a él no se la dan con queso. Es un tío serio, nos podemos fiar de lo que vamos a leer a continuación. Y entonces la chica empieza a dar la nota, porque quiere ser el centro de la fiesta. Lo que viene no tiene desperdicio:

"Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella". El periodista pierde la objetividad a las primeras de cambio. ¡Menudo nenaza! Además, lo de "no puede ser ella" es un argumento objetivo, determinante y totalmente creíble, que encierra en sí mismo toda clase de porqués y cómos. Es casi un dogma. Lo que sigue es aún más divertido:

"El padre Fortea acaba de invocar a san Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo de la colchoneta. No doy crédito". Otra vez, el periodista no duda en tomar partido por cualquier truco de prestidigitador y darlo por cierto. Ciertamente, su tendencia a no plantearse de qué manera eso puede ser una farsa, o intentar buscar puntos racionales que expliquen todo ese circo, lleva a pensar dos cosas: o que es un ingenuo, por lo cual no debería ser periodista, ya que su sentido de la realidad es susceptible de ser distorsionado por cualquier mequetrefe, o bien que es altamente sospechoso de estar contribuyendo de manera consciente a la farsa con sus testimonio, opción que me parece, en este caso, más que probable.


Joder, se le ha metido un Zabulón en el ojo.

Después de toda una serie de patochadas, a cual más increíble y deudora de cualquier película de terror -como ocurre en casi cualquier testimonio de lo paranormal: ¿o es que alguna vez ha hablado alguien de un fantasma que le cuente chistes, o que haga bromas sobre su condición de espectro?-, el exorcismo termina sin que el cura haya podido expulsar al carismático Zabulón del cuerpo de la poseída. He aquí el penetrante análisis del periodista de todo lo que ha sucedido:

"Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es un montaje."

No me molesta lo paranormal. De hecho, me atraen mucho estos temas desde el punto de vista de la ficción o de lo puramente bizarro. E incluso, cada vez que leo una crónica similar, me aplico con buena voluntad en su lectura, hasta que la propia naturaleza de lo que se cuenta me obliga a no tomarlo en serio. Lo que sí me parece intolerable es que trate de mezclarse la objetividad periodística con esta clase de temas. Es decir, que deliberadamente se hagan pasar por ciertas historias que no son más que estafas o espectáculos de gañanes, como este último, y que no soportan el más ligero análisis crítico. Todo lo demás es insistir en la vulgaridad, en la superstición, en la creencia del pueblo profundo, inculto y subdesarrollado.

Friquis de universidad (II)

Como muy bien señalaron algunos comentarios al artículo anterior, faltaba mucho por explicar sobre el ámbito de los friquis de universidad. Y es que, más allá de las facciones de los friquis literarios, hay toda una serie de personajes extraños más universales, menos característicos de una facultad en concreto, pero no por ello menos peculiares. De éstos nos vamos a ocupar ahora.

A poco que uno acuda a un curso universitario, se dará cuenta enseguida de la presencia de los jipis de los malabares. Se trata de gente que nunca veremos dentro de clase, a la que no conoceremos porque se pasan el día en el césped, con su ropa de segunda mano y sus rastas al aire. Quizá entren algún día para repartir folletos o para avisar de alguna huelga. Eso sí, no deja de ser curioso que se manifiesten por asuntos como "la calidad dentro de las aulas", ya que éste es el lugar al que menos acuden a lo largo del año. Presentan cierta tendencia a creer que sus ideales son necesariamente compartidos por todo el mundo, así que no dejarán de dar el coñazo con cualquier asunto reivindicativo en el que estén enfrascados y que puedan explicarte: "¡Eh! ¿Sabes que el gobierno destina tantos fondos a la producción de poliestireno en polvo?". Particularmente odiosos son los que, además, tratan de endosarnos alguna revista de las juventudes comunistas por el singular método de pares: uno nos la da, como si fuese un regalo, y unos pasos más allá nos encontramos con otro que nos pide el dinero; método ladino que, quizá consciente del más bien inexistente interés de sus publicaciones, intenta aprovecharse de flojedades puntuales de carácter.

No menos singulares son los becarios para siempre. Hablamos de ese tipo de estudiante repelente, serio y casi siempre vestido como una persona mayor, aficionado a frecuentar los departamentos de los profesores y a entregar trabajos cuando ni siquiera hace falta. Beneficiarios de las matrículas de honor, adictos a los fondos bibliográficos y usuarios habituales de las horas de visita, tratan de suplir su ausencia de talento con una dedicación obstinada a cada una de las asignaturas que conforman su matrícula. Permanecerán en la universidad eternamente, ya no como alumnos, sino como becarios encargados del trabajo sucio -y anónimo- de los estudios de sus idolatrados profesores (búsqueda de datos, de citas, de bibliografía) y como diligentes portadores del café de las once, con la esperanza de que quizá, algún día, puedan llegar a ser maestro en lugar del maestro.


Futuro portador de cafés.

Más irritantes aún son los viejos. Apenas son dos o tres por clase, pero se hacen notar por sus interminables y absurdas preguntas o comentarios, de los que a veces ni el profesor sabe escapar. No suelen estar matriculados, y acuden a las clases porque se aburren en su casa y así pasan la mañana de alguna manera. En mi universidad era muy famoso Camilo José Cela, que recibía este nombre por su rebuscado parecido con el Premio Nobel español, y a cuyo lado nadie quería sentarse porque olía un poco mal.


Jaaaarl... Eche peacho de literatura del barrocoorl, ¿te da cuen?

Entramos ahora en la zona turbia y tenebrosa. Y los primeros en habitar este submundo son los locos. Una de las características de mi universidad era que estaba integrada en plena ciudad, con lo cual se prestaba muy fácilmente a la visita de espontáneos esquizofrénicos que gustaban de darse una vuelta por este centro de la educación y la cultura. El más temible de ellos era el recluta, un individuo joven, de un metro noventa de alto y rapado a estilo militar, que de vez en cuando aterrorizaba a los estudiantes haciendo acto de aparición en el claustro, proclamando encendidos discursos sobre marcha militar y castigos físicos, dando patadas a las mochilas de los incautos que no ahuecaban el ala, como la mayoría, en cuanto su sombra se perfilaba en el suelo, y entrando en las aulas y hablando con una perturbadora y amenazante voz de psicópata a los profesores. También estaba el meón, un tipo de pelo canoso y larga barba que, como si se tratase de un acto terrorista, se escabullía hábilmente de los guardias de seguridad, que ya lo conocían, se internaba siempre en el mismo patio y echaba una meada sobre la misma papelera. La siguiente escena que podía contemplarse consistía en dos guardias de seguridad arrastrándolo por los hombros hacia la salida. Otro loco famoso era el del walk-man, que se hizo famoso por desgastar las paredes del claustro con su peculiar balanceo de cabeza, al ritmo de la música que escuchaba de su sempiterno aparato musical. Al contrario de los otros, él supo adaptarse, y en el bar de la facultad -lugar en el que se daba la circunstancia excepcional de laboratorio de que las cucarachas cohabitasen con los donuts- lo aceptaban a cambio de que recogiese las porquerías del suelo.


Me pregunto si será normal escuchar estas voces en mi cabeza.

Sólo queda hablar de un aspecto tenebroso más: y es que, como he dicho, mi universidad estaba integrada en el entorno urbano, con lo cual los lavabos masculinos, pasada cierta hora de la tarde - o a veces antes-, se poblaban de individuos de elección sexual gay que buscaban en ellos relaciones espontáneas. Aún recuerdo al de la chilaba, un joven de pelo rizado a lo Maradona, siempre vestido, como su nombre indica, con una chilaba, que atemorizaba en los meaderos a los jóvenes estudiantes de primer año -yo fui una de sus víctimas-, por el método de ponerse al lado y, no demasiado sutilmente, lanzar miradas a los miembros ajenos mientras se la meneaba. Estas peculiares circunstancias hacen que, pasada una hora, y en los lavabos más recónditos de la facultad, lo más aconsejable sea entrar sin mirar alrededor, dirigirse firmemente a una de las cabinas -nunca a los meaderos- y salir sin limpiarse las manos, a no ser que ipso facto se quiera tener a un pretendiente al lado con oscuras intenciones. E incluso así, es posible que os ocurra como una vez me pasó: que estando dentro de las cabinas, alguien me preguntó insistentemente si podía entrar conmigo. Ante mi "¡No!" enérgico, y mi fulgurante salida del lavabo, no encontré a nadie. Quizá se trataba del alma errante de alguien que pereció mientras buscaba un eventual amor de retrete.


No le mires a los ojos si está meando demasiado tranquilamente.

Y con este post finalizo la temática de los friquis de universidad. Vosotros diréis si pensáis que falta alguno. Por cierto, dedico este artículo a los esforzados estudiantes de la biblioteca que batallaban para reservar su asiento en periodo de exámenes, y que estaban siempre allí metidos, a pesar de que no aprobaban nunca. Mis más afectuosos recuerdos hacia ellos.

Chicas de universidad (Friquis de universidad III)

Sólo queda terminar esta serie de artículos examinando los elementos femeninos que estudiaban en la universidad. Y por suerte fui a una universidad de letras, porque si hubiese estudiado informática no podría escribir este artículo. Entrar por primera vez en un lugar donde el 75% de los estudiantes son alumnas suele producir una sensación gratificante, que poco a poco, a medida que pasan los días, deja colarse la sombra de la inquietud a la vista de que la masa femenina es demasiado heterogénea y roza toda clase de extremos.


¿Qué dices? Yo estudié informática y en mi universidad sí había algunas tías.

Así que sólo citaré por encima a esas chicas con atuendos jipis, punkis o cualquier otro estilo pretendidamente antisistema y que andan siempre dando la nota haciendo comentarios a favor de que se estudie a determinadas autoras, proclamando las cadenas culturales que siempre han frenado a la mujer y acudiendo en rebaños a las conferencias de Isabel Allende; y tampoco me referiré demasiado a las que se levantan antes de que amanezca para terminar de pintarse, elegir el vestuario adecuado y acudir a la universidad como si fueran a ser retratadas en la portada de Cosmopolitan; mención aparte merecen las que no sienten ningún tipo de aprecio por la materia que estudian, y están allí sólo por hacer algo y porque la nota les llegaba, con la esperanza de cambiar a otra carrera más guay al año siguiente; y mucho menos aún hablaré de las que, cual apariciones fantasmales, se cuelan en clase los últimos días antes de los exámenes para pedir los apuntes a cualquier desconocido y demostrar que mientras haya pardillos, no hace falta tomar apuntes para aprobar. Tampoco hablaré, desde luego, de la famosa chica que, después de una diarrea inesperada, se limpió con el calcetín y se lo volvió a poner.


Me gusta ir arreglada a la facultad, porque soy una persona adulta y pertenezco a la elite.

No lo haré porque, en mi opinión, las auténticas estrellas de la universidad son las friquis. Escapan a cualquier tipo de mediocridad y todos se habrán fijado en ellas tarde o temprano. Y en algún momento de una conversación, en el bar o en el patio, alguna de ellas será nombrada, y todos asentirán con complicidad porque nadie habrá podido dejar de fijarse en semejante aberración social. Directamente venidas de los reductos de los inadaptados de instituto, con un amplio historial a sus espaldas de burlas y crueldades en el peor de los casos, y de férrea indiferencia en el mejor, pasean por la universidad como con vergüenza, conscientes de su condición de outsiders y de que en las aulas transcurre su única vida social.

Las friquis de película independiente suelen ser inadaptadas, pero guapas o, como mínimo, atractivas. Esto demuestra que son pura ficción, porque normalmente, casi en el 99% de los casos, son no sólo feas, sino muy feas, feísimas, con un tipo de fealdad que empuja a la reflexión y que recordamos con la misma viveza aun después de pasados los años. Puedo poner el caso de dos hermanas mellizas, de rasgos muy distintos pero que, sorprendentemente, ofrecían el mismo resultado antiestético. Una de ellas, incluso, tenía unos pelajos largos y retorcidos en la barbilla. Estudiaban mucho y se llevaban de calle todas las matrículas de honor. Podría decirse que, para ellas, el hecho de ser brillantes en los estudios venía a ser algo así como una venganza personal, una revancha que buscaba la perfección, un poco de luz en su deteriorada autoestima y, aparte, una distracción en sus desocupados momentos de ocio. Recuerdo que una vez una amiga, hablando de ellas, me dijo, en un alarde de compasión: "Me dan mucha pena porque son muy feas". Y esto me trae a la memoria una de las audaces convicciones de un jefe que tuve hace unos años: "No quiero contratar a chicas feas porque pierden tiempo de trabajo leyendo revistas para mejorar su imagen".


Sábado por la noche. Es hora de estudiar.

También puedo hablar de Maribel, una absoluta garrula de la que siempre me pregunté cómo había logrado superar ya no la selectividad, sino cualquier curso de primaria. Imprevisible, impulsiva, proclive al lloro fácil y al insulto irreflexivo, sentarme a su lado durante todo un cuatrimestre me proporcionó un espectáculo único e irrepetible. Trabajaba a tiempo parcial en un Bocata, así que siempre llegaba a clase impregnada de un sutil aroma a aceite frito. Decidí alejarme de su asiento después de que dejara de hablarme varias veces por motivos que sólo ella comprendía, de que no parase de tirar a propósito su bolígrafo al suelo para agacharse y comprobar si le estaba observando las bragas y, sobre todo, de que una vez irrumpiera en el aula de informática y me gritase que era un capullo para después dar media vuelta e irse, y todo porque había olvidado que había quedado con ella a la salida de una clase para pasarle unos apuntes.


Las de las películas no son así.

Había muchas más friquis. Por ejemplo, la treintañera que siempre asistió a las clases con el mismo raído chándal gris del Colacao. O una mujer que venía las clases de sintaxis y que, como decía una amiga, no sólo tenía el mismo rostro que Galindo -el de Crónicas Marcianas- sino que además hablaba igual que él. O la mujer madura y entrada en años y en kilos que sólo intervenía en las clases para defender el españolismo con una voz asombrosamente parecida a la de Zaplana. O para acabar, y para mí la mejor de todas, la que se sentaba en el asiento de delante en las clases de teatro. Recuerdo que cada martes y cada jueves mantenía el mismo nivel de caspa en su cabello, negro y enmarañado, y que tenía todos los padrastros de las uñas -con las puntas negras, cómo no- levantados a niveles inverosímiles, hasta el punto de que se torcían en espirales. Mantener esa peculiar opción estética durante todo el curso tuvo que suponerle un esfuerzo al que aquí, para terminar ya con la serie de la universidad, expreso mi más sincera admiración.

Friquis de universidad (I)

La universidad, templo de la especialización y los saberes avanzados, acoge a una gran diversidad de estereotipos, a cada cual más extraño, y que sólo tienen en común el hecho de asistir a las mismas clases o de estudiar en la biblioteca. Durante cinco años pude tomar constancia de cada uno de ellos. Supongo que en determinados matices la topología universitaria varía de una facultad a otra, dependiendo de la materia que se imparta. Por ejemplo, en mi universidad, de letras, era imposible encontrar a estudiantes con gafas y camisas de cuadros jugando al ajedrez de manera concentrada en los bancos del patio, algo muy abudante, por ejemplo, en la de matemáticas.


¿Te hace una partidilla de ajedrez?

A la que yo iba sí que acudían, sin embargo, futuros ganadores del Premio Cervantes, aspirantes a figurar en las entradas de los manuales de literatura de instituto. Era relativamente fácil que alguien se acercase y dijera: "¿Sabes? He planeado una novela con una concepción circular del tiempo". O que alguien nos pasara unos relatos que había escrito y nos comentase: "Están muy inspirados por Borges, son muy borgianos", para que luego nosotros comprobásemos que el auténtico valor de esas páginas residía en el papel en el que estaban escritas, que aún era reciclable. Es curioso darse cuenta de que los estudiantes de letras tienden a sentirse superiores al resto de la humanidad: son más profundos y sensibles, leen y, por lo tanto, eso les concede el privilegio de poder mirar a los demás por encima del hombro. Saben lo que vale la pena, pueden percibir claramente los tesoros culturales de incalculable valor. Todavía recuerdo a un tipo que decía lo siguiente del ya mítico Milan Kundera y su obra La insoportable levedad del ser: "Me estoy quedando alucinado. Esto sí que es literatura de verdad. En las doce páginas que llevo, me doy cuenta de que aquí hay vida, de que tienen mucho peso, y esto es algo que no he leído en ninguna de las cosas que la gente escribe por aquí". Ojalá lo escuchase Harold Bloom.


Ramoncín pudo haber estudiado letras. Él también es tope culto.

También abundaban los clones de Bukoswki, o de Ray Loriga, o de todo a la vez. Eran auténticos malditos que se paseaban por el lado animal de la existencia. Sus relatos empezaban todos más o menos igual: "Mi vida es una mierda. He tirado al suelo el disco de Nirvana. Mientras observaba mis tejanos raídos, me han dado ganas de llorar". Por supuesto, estaban convencidísimos de que cada línea que escribían era puro oro, y de que su primera novela vendería a raudales y marcaría época. También solían ser los apósteles del experimento y la vanguardia, y defendían hasta la muerte obras tan divertidas como el Ulises de Joyce o El hombre sin atributos de Musil, aunque ninguno de ellos las había leído. Entraban a las clases de teoría de la literatura con el gesto serio, la cabeza alta y un libro de poemas de José Ángel Valente, como poco, bajo el brazo.


Ray Loriga sí que es un outsider. ¿Por qué me recordará tanto a Nacho Vegas?

¿Más friquis? Sí. Las escritoras-poetisas. No entiendo por qué razón, la gran mayoría de las chicas que escribían disfrutaban hablando de sus sentimientos y actitudes hacia el mundo. Para entenderlo mejor, no hay más que leer cualquiera de los posts de Gemmita, del blog que comenté la última vez. No puedo olvidar lo que cierta vez me dijo una de ellas, lectora de Baudelaire -bueno, al menos quizá se leyó El albatros-, actriz de teatro, fumadora de Gauloises, seguidora de la moda de pretensiones góticas y, cómo no, futura escritora de novelas: "Creo que ya me hubiese suicidado si no fuera por mi intención de escribir una novela que me realice y que contribuya a cambiar el mundo". Esa frase se me quedó grabada a fuego. Espero llegar a leer algún día ese hito ya no de las letras, sino de la especie humana.


Desde mi celda, escribo mi gran novela mientras fumo Gauloises. Soy tan... especial...

Hasta aquí he hablado de los friquis literarios. Pero en una universidad hay muchos más, que comentaré en el siguiente artículo.

El rinconcito

El rinconcito nació hace más o menos un año, y desde entonces se caracteriza por no haber cambiado nada. Es decir, por hablar siempre de lo mismo, expresar siempre las mismas convicciones y ser comentado por sus lectores siempre de la misma manera. Si no lo conocíais y queréis saber de qué se trata, os bastará con leer los puntos que voy a escribir a continuación y comprobar que se dan en el 95% de los posts.

La autora usa el seudónimo de Gemmita, tiene 25 o 26 años y está sin novio. Le gusta mucho el sexo, pero no con cualquiera. De hecho, no lo practica desde tiempos antediluvianos. Es muy exigente, hasta el punto de que en cuatro de cada cinco posts (más o menos) habla de lo poco que le convencen los componentes del género masculino, y de lo mucho que cuesta encontrar a una persona que sea tan especial, sensible y profunda como ella.


Una de las típicas fotografías que suele incluir en sus posts... cada curva es pura emoción, sutilmente matizada por el blanco y negro.

De que es una chica profunda, da constancia su propensión a escribir de vez en cuando fragmentos seudoliteriarios, deudores del mejor de los Milan Kundera o de la sensibilidad más refinada de un Paulo Coelho. Gemmita exhibe con orgullo sus referentes y es dada a la metáfora barata (a veces sonrojante, como ocurre en uno de sus últimos posts en el que acuña los términos "merluza fresca" y "merluza congelada", que se han hecho famosos entre sus avispados lectores). Con cada línea que escribe parece estar proclamando el alto nivel de sus cualidades artísticas y de su habilidad para indagar mediante las palabras en los sentimientos más hondos. Os pongo un párrafo de muestra (correspondiente a julio del 2004), en el que muestra claramente que, si se lo propusiera, podría ser una gran promesa de las letras de la llamada "literatura para mujeres":

"A ti.. que ocupas mi pensamiento cada minuto del día..a tí que cuando apareces ante mis ojos consigues que mi corazón se vuelque y palpite con una fuerza irrefrenable..a ti que cada vez que me miras acaricias mis mejillas con tus ojos, cada vez que me tocas me arrancas un pedacito de alma, cada vez que me besas me regalas aliento."


Su ídolo, Milan Kundera. Su prototipo de hombre ideal. Esa mirada araña las partes más hondas del alma.

Por lo demás, cuando no se pone en plan literario o habla del tema de siempre (sus ganas de sexo, cómo nadie está a su nivel, etc.), se queda en un plano intermedio de interesantísima literatura costumbrista. O lo que es lo mismo, recurre a posts del tipo: "Hoy me he levantado a las siete, me he tomado un café, he ido a la oficina, me he tomado una coca cola, luego he ido al gimnasio". O sea:

"Aish, son las 15:37 y me acabo de zampar en mi mesa de despacho una racion de patatas fritas con ketchup y una catalana de escandalo!como últimamente esto es un estrés continuo, me suben la comida a la oficina." (octubre del 2004).

Poco más queda por decir de este blog. Ha sido igual durante un año y es muy dudoso que cambie de rumbo o que hable de cosas más interesantes. Por cierto, uno de sus rasgos estéticos más inconfundibles, de un tiempo a esta parte, son las finísimas y delicadas fotografías de mujeres desnudas con las que adorna cada comienzo de post, y que están relacionadas con lo que explica en él. Quizá es lo mejor del blog, aunque esto tampoco sea decir mucho. Se echa en falta que, de vez en cuando, comente de qué fuente las extrae o, al menos, quién es su autor.

El día de los muertos

La última película de la trilogía de George A. Romero, descarnada, claustrofóbica y apocalíptica, es también, según creo, una de las mejores sobre zombies que se han rodado nunca. Y ya no sólo por llevar el fenómeno de los muertos vivientes a una escala planetaria, dentro de un ambiente catastrófico en el que sólo un reducido grupo de humanos sobrevive a la epidemia, sino por los siguientes motivos:


¡Ñam! Unos zombies poniéndose las botas.

1- Porque el zombie, como monstruo con reductos humanos que es, aparece en todo su esplendor dentro de una concepción clásica: lento, torpe, físicamente descompuesto y, por tanto, débil. Son muertos que han vuelto a la vida, o bien humanos infectados, pero actúan como tales, y no como los zombies cutres de películas modernas, que corren, saltan y dan cabriolas aunque sus huesos estén hechos trizas -y que, además, no reviven: son simplemente enfermos por un virus. ¡Qué mal!. Su poder de terror no se basa en el efectismo de la aparición inesperada (como las películas del tipo Scream), sino que es bastante más sutil: son muchos y avanzan inexorablemente hacia su presa. Romero consigue a zombies inolvidables (recordemos al hare-krishna de la segunda parte, Zombie, o al impactante tipo con la cabeza hendida que aparece al principio de ésta).


"El impactante tipo con la cabeza hendida".

2- Porque conjuga una gran cantidad de escenas antológicas. El inicio es, sencillamente, una obra maestra. La ciudad abandonada da paso a toda una jauría de zombies que gritan enloquecidos por el olor a carne humana (¡genial el cocodrilo muerto que sale del museo de zoología!). Los gritos de los zombies en grupo son ya un elemento clásico de las películas de terror (estupendamente parodiados en la cadena Radio Zombie del episodio de los Simpsons dedicado al tema). Por no hablar de la tensión que rezuma la mayor parte de las escenas en la base militar: los zombies apiñados tras la verja, los estrechos pasillos del subterráneo o, especialmente, el lugar en el que se da caza a nuevos especímenes: se palpa el peligro que implican esas débiles empalizadas y su poco fiable método de captura, mediante unos palos con un lazo al final: un despiste significa un mordisco y, por lo tanto, la muerte.


La reacción de Bub, el zombie bueno, al escuchar por primera vez a Alejandro Sanz.

3- Porque la protagonista, Sarah (Lori Cardille) es absolutamente carismática: seria, reflexiva e introvertida, pero totalmente pragmática y llena de valor, instinto de supervivencia y seguridad en sí misma. Se trata de toda una inspiración para la futura Lara Croft, pero mucho más verosímil (o mejor dicho: simplemente, verosímil) y fascinante. Sin duda el mejor personaje de la película, aunque mantenga una extraña relación con el tan irritante como falto de luces Miguel (Antone di Leo).


Imposible ver la película y no enamorarse de ella un poco.

4- Porque pese a respetar los moldes clásicos que el propio Romero había establecido, incluye aspectos novedosos como la relación entre el doctor Logan (Richard Liberty) y el zombie-Frankenstein Bub. La originalidad consiste en que, por primera vez, aparece la idea de domesticar a un zombie, refrenar sus instintos salvajes y hacer emerger sus cualidades humanas. Un zombie es como es, sólo pretende alimentarse y actúa sin malicia. La solución pasa, por lo tanto, por bloquear su parte monstruosa. Y esto no será posible, precisamente, por los propios humanos, ciegos por su ansia de destrucción y poder, elemento característico de todas las películas de la trilogía.


¡Bokebokepaaaacha! ¡Así reventéis todos!

5- Y aquí entran los militares. Su jefe, el capitán Rhodes (Joseph Pilatos), es el paradigma de todos ellos: falto de sentido común, prepotente y dictatorial, tiene la función de caricatura de todos los elementos de la humanidad que Romero critica con sus películas. Así pues, lo que podría ser uno de los puntos más débiles de la película (no hay ningún militar en ellas que se salve de ser un gañán), cumple en realidad una función simbólica. De todos modos, el odioso capitán Rodhes queda justificado aunque sólo sea por la gloriosa escena en la que es destripado por los zombies (¿Alguien ha podido olvidar su legendario grito?: ¡Así reventéis todos!).

Sólo me queda agradecer este artículo a un lector del blog que, con su nick de Capitán Rhodes, me ha hecho recordar esta impresionante película.

Fotografías de fantasmas

Me fascina todo lo relacionado con lo paranormal, especialmente cuando se mezclan estos temas con algo parecido a la ciencia y supuestamente irrefutable. Soy fanático de las psicofonías, los videos misteriosos y, especialmente, de las fotografías de fantasmas. Me estremezco de emoción cuando veo una de ellas que desconocía, cuanto más cutre mejor. Las hay de varios tipos: una cara de pena en un espejo o en un televisor, una figura transparente en un rincón o, mis favoritas: un desconocido un poco más apartado de un grupo al que se le hace la foto. Éstas me parecen las más sinceras, porque ya ni se molestan en usar efectos fotográficos: como mucho, hay un pie de foto que pone: "Al revelarla, ninguno de los fotografiados recordaba haber visto allí a nadie".

¿Y a qué viene todo esto? Pues bien. El otro día recibí un mail con una fotografía que, al parecer, está causando auténtico furor entre los aficionados a los asuntos paranormales. Hace semanas que los foros dedicados a esto tratan lo mismo. La foto en cuestión es la siguiente:


No, el fantasma no es ese tipo raro de la izquierda, como yo creí al principio.

Para explicarlo mejor, adjunto la explicación que incluía el mail:

> ¡Chequen el fondo de la fotografia! Es impresionante, una pareja mostruosa camina al fondo, sale como
> por chasco, es claro que no esperaban salir aca... ¿Porque eran de otro mundo? Quien hiso el retrato
> confeso que no los habia visto y sin duda se huviese dado cuenta de alguien tan mostro ahi al detras

Ejem, bueno, vale, no seais suspicaces, el tipo que escribió esto no da pruebas muy concretas... Más bien no dice nada, aparte de provocar ciertas sospechas sobre su nivel cultural... ¿Pero quién puede dudar de su entusiasmo? Además, di un vote de alegría cuando leí esa frase ya característica de las mejores fotos de fantasmas: "Quien hiso el retrato confeso que no los habia visto".


Los fantasmas friquis.

Pondré un fragmento del artículo que Javier Sierra escribió sobre este tema en la revista "Más allá" del mes pasado:

"Todo parece indicar, claramente, que la fotografía, tomada en el Malecón, captó las proyecciones psíquicas que provenían de un enorme hecho dramático. Todo el mundo hace referencia a un suceso que tuvo lugar a principios de siglo: en las obras de construcción, accidentalmente un bloque de piedra acabó con la vida de un matrimonio muy célebre por entonces y característico por su enfermedad -macrocefalia y microcefalia, respectivamente-, y que trabajaba en un circo."

Así pues, nos encontramos por primera vez con el primer fantasma cabezón junto al primer fantasma cuya cabeza parece recién reducida por los indios Jíbaros. ¡Un hecho fascinante! Por cierto, "Más allá" regalará el mes que viene un CD con psicofonías que han sido grabadas allí. Desde aquí os preguntamos: ¿qué pensáis sobre este asunto? ¿Realidad, ficción?

Te quiero, pero sólo como amigo

La frase que encabeza este post ha terminado convirtiéndose en universal, en algo que todo el mundo ha dicho o le han dicho alguna vez. Es la peor respuesta que puede esperarse de alguien con quien se pretende intimar más y que no está dispuesto: no le interesamos, comparte su amistad con nosotros como podría hacerlo con cualquier otra persona, animal o cosa. Somos poco más que un ser asexuado para ellos. Y esto no importa, es ley de vida: no se puede gustar a todo el mundo. A pesar de todo, después de recibir una frase así volveremos a casa cabizbajos, con todas nuestras ilusiones hechas trizas. Por mucho que uno se quiera a sí mismo, es un duro golpe moral que por unos momentos nos hace una especie de pequeño Quasimodo incapaz de gustarle a nadie.


Las consecuencias del terrible efecto "te quiero como amigo". Así nos sentimos.

Como jorobados, caminamos por la calle ajenos a la alegría de los demás, con la última frase de la persona de nuestras ilusiones resonando todavía en la cabeza. Hay varias actitudes que pueden adoptarse en un momento así. Por un lado, resulta muy irritante la compasión a veces no demasiado disimulada que se esconde tras estas palabras, la autoridad moral que parece querer darse quien las dice, sobre todo si lo hace mientras nos mira con gesto comprensivo o nos acaricia el brazo -afectuosamente, eso sí. "Te quiero, pero como amigo" implica en realidad muchas cosas:

-No le atraemos físicamente. Se lo montaría con cualquier otro aunque no fuese una persona tan especial o no se comportase la mitad de bien que lo hemos hecho nosotros.
-Somos vulgares. Nos hemos salido del ámbito platónico al que debe circunscribirse necesariamente una amistad especial. Nos hemos pensado "cosas que no son". En cambio, la otra persona está por encima, ya que no ha confundido términos y demuestra que cree en la amistad pura.
-El otro tiene unas condiciones morales tan elevadas que no le importa perdonar nuestro fallo, incluso tratarnos con compasión por "lo mal que lo estamos pasando" y mirarnos con ojos de pena.


"¿Qué? ¿Qué soy muy buen chico y que me valoras por eso? ¿Pero qué es SETO?"

Muy pocas veces he optado por proseguir una amistad con alguien que me gustaba y no quería conmigo nada más. No le veía el sentido y me hubiera parecido poco sincero por mi parte. Normalmente, si de la amistad no queda nada después de que ocurra algo así, no es cuestión de rencor, ni de no saber valorar amistades especiales ni nada así. Por el contrario, se trata de un gesto de honestidad y, sobre todo, de boicot directo a quien cree ver amistades ideales donde no las hay. Me fastidian las cualidades de "mascota" que puede adoptar quien sabe que no atrae a quien sí le atrae. Y por otro lado, puesto que puede decirse que el otro no ha sabido valorarnos completamente -ya que se podría entender que una persona está compuesta tanto por su parte psíquica como por su capacidad de generar apetencias sexuales-, no es cuestión de perder el tiempo y sí de buscar a quien lo haga.

A veces resulta difícil romper con alguien tan decididamente. Pero estoy firmemente convencido de que seguir tratando con una persona que no nos quiere porque "valoramos su amistad" oculta, en realidad, la ingenua intención de que alguna vez, más adelante, se produzca un cambio de opinión que nos lleve a sus brazos. Me pregunto qué pensaríamos de alguien que, por ejemplo, se empeñase en entrar en un local donde no fuese bien recibido como cliente.

Otro típico post sobre Odio

Hago un alto en el trabajo. Por unos momentos, me aparto de la extraña habilidad de algunos autores para escribir con una sintaxis robótica, farragosa, incoherente y atropellada. Y me decido a realizar un acto de amor.

Ha terminado Odio, la serie dibujada por Peter Bagge. Acabo de leer hace unas horas el último número. Impresionante, de los mejores, aunque es difícil encontrar altibajos a lo largo de toda la serie. Se trata, sin duda alguna, ya no sólo de la obra maestra de Bagge, sino de uno de los mejores cómics que se han creado nunca. Voy a echar de menos rebuscar siempre en el apartado de comics de Bagge por si ha salido el último.


El primer número: el principio de la leyenda.

Empecé a leerlo a finales de 1999. El personaje principal, Buddy Bradley, me ha acompañado desde entonces. No sólo en Odio, que explica sus experiencias desde que se traslada a Seattle, sino también los dos tomos de Buddy y los Bradley, quizá más descacharrantes pero, en sus últimas aventuras, igual de profundo y maduro que el resto de la serie. Me doy cuenta de que nunca dejo de recordar innumerables escenas extraídas de sus páginas: la fiesta en casa de los padres de Jay, la primera cita con Val, la aventura del grupo grunge, las extrañas manías de George... Y me dan ganas de explicar lo que para mí ha sido siempre el gran secreto de esta obra.


Una escena para el recuerdo: Leonard y los dioses del amor.

Estoy harto de leer que se trata de un "retrato generacional de la juventud de los 90". Para nada. O en todo caso, esto es un efecto secundario. Creo que Odio es en realidad la representación más realista y profunda de la madurez que nunca se ha plasmado en cómic. Sus páginas respiran vida. Es imposible no identificarse con Buddy puesto que, como ser humano, abunda en miserias y en inquietudes que alcanzan a todos. La vida sucede en sus historias con la misma parsimonia de la realidad: personas que son importantes en un momento determinado, que desaparecen y que luego regresan cambiadas para ocupar otro lugar diferente; ambientes distintos a medida que se madura (y es que Buddy, hacia los últimos tomos, no frecuenta las fiestas salvajes a las que nos tenía acostumbrados en los primeros: su misantropía lo convierte en, prácticamente, un ermitaño). Los personajes están vivos porque evolucionan de una manera creíble, a igual ritmo que la vida misma. Bagge cambia desde la tendencia al gag de la vida del Buddy de instituto con su familia a una lectura no tan efectista, pero que deja un sorprendente poso de realidad en sus lectores.


Esta actitud desafiante, agresiva y hostil se ha transformado, con el paso de los números, en una madurez reflexiva y activa.

Y he aquí lo que ha sido la gran habilidad de Bagge: captar algunas de las pautas de la psicología humana y, sobre todo, su relación con el transcurso del tiempo y la vivencia de experiencias. Y lo ha hecho de una manera fresca y divertida, cínica, distanciada y, por ello, mucho más disfrutable y reconfortante.

Así que otro admirador ha escrito otro típico post sobre las virtudes de Odio. Pero debía hacerlo: me ha proporcionado demasiadas satisfacciones. Es una lástima que se acabe. Seguiré leyéndolo hasta que los tomos queden desgastados por las relecturas.

Los Planetas y Rock de Lux

Abanderados de los niños indie, apologistas enrollados de las sustancias químicas, llorones de amores adolescentes y plagiadores sin escrúpulos, el grupo español Los Planetas ha sabido hacerse un hueco en las miles de mentes tempranas de la Universidad, que han asociado cada momento de su vida a una de sus canciones. Apoyados por publicaciones tan cool como Rock de Lux, que suplen su falta de identidad y de cultura musical con un obsesivo apego a la última tendencia y a un filogalicismo bastante superficial, no son más que un grupo de cumbas electrificados que despiden un repulsivo tufillo a intelectualismo barato. Lo mismo que la revista, vamos, que se empeña en sentar cátedra en cada cada frase, cada palabra, cada coma, y que en realidad incurre en el ridículo más profundo cuando es examinada desde un mínimo conocimiento de causa.


¿El mejor grupo español? No. Unos caraduras de mucho cuidado.

Pondré un ejemplo que viene al caso. En Rock de Lux especial 20 aniversario, en el que se hace una lista con los mejores 100 discos españoles del siglo XX (según su peculiar criterio, claro, que mezcla a partes iguales ansias de modernidad, esnobismo y la irritante tendencia a incluir discos de hip hop y flamenco para que todos comprobemos lo abiertos de miras que son), aparece en el número 18 el disco de Los Planetas titulado Una semana en el motor de un autobús. Éste es uno de los párrafos del comentario del disco:

"El disco estuvo parado cuatro meses (...) y en ese tiempo se instó al grupo a componer más temas. 'Salió Segundo premio, sin la cual el disco igual hubiera quedado supercojo', admite J (...) Segundo premio (es un) arrollador inicio."

La única canción que siempre me ha parecido mínimamente interesante de este grupo es, precisamente, Segundo premio. De ahí mi cara de estupor al comprobar que es un calco, un plagio desvergonzado, de la canción Promesses del francés Etienne Daho. Los Planetas siempre han tendido a componer canciones demasiado parecidas a otras preexistentes (recomiendo, a quien esto le interese, descargarse una carpeta con el título de Los planetas plagian, y que circula por los p2p). Pero en este caso, la copia es indignante. En el disco, se acredita la música y la letra del tema a J, el líder del grupo.


Pobre Etienne... Si supieras que aquí los jóvenes alternativos admiran tus canciones...

Un artista no plagia. El valor del arte reside en su capacidad de sorpresa, en la habilidad para llevar a cabo "artefactos" (ya sean pinturas, textos, canciones, etc.) que revelen una visión absolutamente original de las cosas, que descubran un nuevo mundo. El artista intenta alcanzar estos objetivos por sí mismo, ya que, consciente de lo que puede lograr, cualquier otro medio no le vale. Los Planetas no son unos artistas, sino unos vividores. Se aprovechan de las ansias de profundidad de los universitarios, de las chicas con gafas de pasta y chapitas que leen a Houellebecq, de los que necesitan fetiches forzados con los que forrar sus carpetas para tener alguna seña de identidad. ¿Cuántas canciones más habrán plagiado, de autores aquí prácticamente desconocidos, y que aún no se hayan descubierto?

Y Rock de Lux deja en evidencia su falta de rigor, su poca seriedad como revista. Una publicación que no deja de considerarse a sí misma como guía espiritual, como canon de la cultura moderna, y que no es capaz de descubrir esta clase de felonías -o que, por lo que sea, no quiere darlas a conocer; recordemos que no dejan de promocionar en cada número un libro sobre la vida y milagros de Los Planetas-, demuestra que detrás de su fachada intelectualoide no hay nada.

Y la relación de todo esto con Julio Iglesias? Pronto, jejeje.

¡Cuánto tiempo!

Weaaa! Hacía demasiado que no escribía, por una absoluta e irritante falta de tiempo. ¡Y no es que me faltaran ideas! (espero no tener que caer nunca en lo de preguntar a los visitantes sobre qué quieren que hable...). Ahora mismo tampoco es que me pueda parar a escribir nada demasiado largo (me esperan dos partidos y una larga noche de alcohol y diversión). Pero aviso que será dentro de poco, en un artículo en el que descargaré mi habitual bilis, arbitrariedad y mala leche a niveles antes insospechados, y en el que relacionaré al insigne grupo musical Los Planetas con el inigualable, ilustre e inimitable Julio Iglesias.

Para ir haciendo boca, no puedo más que agradeceros vuestras visitas y comentarios retomando la ya vieja serie de Feos e inquietantes. ¡A disfrutar!






¡El tío Morris viene a por tiiiiii!

Viajar en trenes de cercanías

Como usuario de los trenes de cercanías de Renfe que he sido durante años, no voy a hablar hoy aquí sobre las peculiares condiciones del servicio que esta empresa ofrece a sus clientes (trenes anulados sin motivos, retrasos de varias horas, vías fuera de funcionamiento, infraestructuras tercermundistas, precios abusivos, menos vagones de los necesarios en horas punta, etc.). Por el contrario, trataré el micromundo que se forma en torno al viaje en tren de cercanías: tipos sociales, actitudes y relaciones que se dan entre ellos.


Renfe, donde calidat y servicio se dan de la mano.

Cualquier día entresemana. Dos de la tarde en la estación de tren de Plaza de Cataluña, en pleno centro de Barcelona. La gente se agolpa en el andén. Abundan estudiantes y empleados trajeados. Pero también viejos, marujas y garrulos de distinto pelaje. Algunos de estos últimos escupen a la vía. Las marujas empiezan a expulsar adrenalina y a sudar. Hay ratones cruzando la vía. Las luces del tren aparecen al fondo del túnel.

Éste es el momento de mayor tensión. La gente se aprieta junto a la vía. En cuanto aparece el tren, hay dos cosas que quedan en evidencia: demasiados pocos vagones en relación no sólo con la gente que espera fuera, sino con los que ya están sentados en el interior. Quedan pocos asientos libres. Cuando el tren se detiene y se abren las puertas, empieza la lucha por la vida.


Weeeeee! A mogollooooooooon!

Siempre hay uno -o muchos- que no respetan la norma de educación básica de dejar salir antes de entrar. Suelen ser los tres especímenes siguientes:

1 - Las marujas/viejos. Son lo peor. Viven el instante con auténtica agonía. Empujan, insultan, dan codazos si hace falta, todo por encontrar un asiento que dé cobijo a sus, por lo general, abundantes posaderas y varizosas piernas. Sorprendentemente, veremos cómo una maruja que se ha peleado con medio vagón para conseguir su asiento se levanta a los quince minutos para salir del tren.

2 - El garrulo español. O sea, el chico de no más de dieciocho años con corte de pelo militar y un chándal con abundantes referencias a la bandera de España. Invariablemente, entrará por el centro chocando contra la gente que intenta bajar del tren. Se rebotan si se les recrimina su conducta: replicarán de manera chulesca, con esa voz arrastrada y ronca de la que hacen gala. De alguna manera tienen que descargar la tensión acumulada por llevar ya demasiado rato apartados de los ladrillos, materia prima de su ámbito laboral.

3 - Los inmigrantes. Me refiero a personas de otras razas, que quizá arrastran consigo la costumbre de su país de desplazarse en camionetas atestadas de personas, con gente sentada incluso en los parachoques. Pueden reaccionar mal si uno se mantiene firme en dejar bajar a los que están dentro. Quizá incluso insulten, pero como hablan en un idioma perdido de África nadie les entiende.


Buenos días. Soy una maruja y te voy a empujar.

Las escenas dantescas no acaban ahí. Durante el trayecto también hay subtipos prácticamente estandarizados y con comportamientos muy definidos:

1 - Las marujas llevan horribles vestidos estampados en verano, complementados con no menos horribles peinados de peluquería. Sudan. Sus conversaciones suelen ser a gritos, auténticos compendios de la incultura más profunda. Normalmente hablan de su familia o se limitan a repetir como loros la opinión popular sobre cualquier tema. Cuando hay alguna pelea en el vagón, toman partido por alguna de las partes y claman su opinión a los cuatro vientos. Lo mismo hacen cuando se indignan por cualquier alteración en el funcionamiento normal del tren (algo, por otro lado, bastante frecuente), de manera que contagian con facilidad su nerviosismo a los demás.

2 - Los viejos no sólo molestan a la hora de subir al vagón. Una vez dentro, su tendencia a llevar consigo infinitas y abultadas bolsas de plástico, repletas de lechugas, tomates o alimentos en conserva, se hace muy irritante si estás sentado frente a ellos, ya que obliga a recoger completamente las piernas. Además, suelen obviar cualquier tipo de noción del sentido común y dejan desparramadas sus bolsas en medio del pasillo, añadiendo aún más dificultades a la complicada tarea de salir de un vagón atestado si no se está cerca de la puerta. Sin embargo, al parecer son mucho peores en el autobús, auténtico gueto de poder senil, y que por fortuna yo no suelo tomar.


¡Wuajala! ¡Bulula! ¡Molutu! (subtítulo: "¡Sube ya, cabrón!")

3 - Atención, porque esto no es un comentario racista. Pero hay que ponerse a temblar cuando un inmigrante de otra raza que quizá vuelve del trabajo se sienta a nuestro lado. Enseguida podremos percibir un molesto y penetrante olor a sudor, fruto, por supuesto, de sus precarias condiciones de vida, duro trabajo, etc., pero que no por ello deja de ser molesto. Por suerte, el olfato se satura enseguida y pasaremos a percibir sólo a ráfagas esos aires cargados de humedad y bacterias.

Los fines de semana el ambiente del tren se transforma. Familias que van a la ciudad a ver una película de cine, personas que acuden a ver a su pareja, y, especialmente, las estrellas absolutas, grupos de jóvenes de no más de veinte años que van o a la discoteca o vuelven a casa. Parecen todos cortados por un mismo patrón: oriundos de la ESO, hablantes de un castellano de pura raíz garrula, expertos conocedores de los peores programas de televisión, poseedores de un caudal de lecturas acaso microscópico, y usuarios de unos valores vitales que se fundamentan en los tópicos más manidos del cutrismo (ser un hombre, ser una guarra, etc.), tienen una muy molesta costumbre: chillar. Sobre todo las chicas. Quizá a partir del grito reafirman su personalidad, tal y como hacen también algunas especies de primates. No hay broma, por estúpida que sea, que ellos no celebren a gritos o risotadas. A veces también cantan o palmean. Son arrogantes, y acostumbran a protagonizar discusiones con revisores de poco carácter por no llevar billete, sobre todo cuando regresan de la discoteca.


¡Qué pachaaaaa, neeeeeng! ¿Me vas a multar por no llevar billeteeee, pringaooooo?

Quedan pocos rasgos del tren de cercanías por enumerar: las rumanas que dejan sus peticiones de dinero encima de la pierna, los yonquis que suben al vagón en pleno síndrome de abstinencia y que van dando tumbos -aunque son cada vez menos desde que se estableció el sistema de puertas automáticas, difíciles de sortear por alguien con tantas dificultades motrices-, los grupos de música peruanos que piden dinero por haber estado dando el coñazo durante toda una parada, los niños que se pasan el viaje berreando, los jóvenes cumbas que van de excursión y hermandad con sus mochilas... Pero no quiero cansar a los lectores. Para un próximo post quedan los friquis, los usuarios de tren más inclasificables y estrambóticos.

El anticatalanismo (I)

Mientras elaboro el siguiente post, me encuentro, leyendo la versión digital del diario As, periódico deportivo conocido por su firme adhesión al Real Madrid, con que la crónica del partido que disputó ayer el FC Barcelona contra el Albacete, firmada por un tal Fabián Ortiz, empieza así:

"Campeones, campeones, oé, oé, oé!". Tienen tantas ganas, hace tanto tiempo (seis años), que el grito les surge de las entrañas como aquel alien baboso de la primera película de la serie. Irrefrenable. Aunque todavía no estén legitimados para dejarse ir."

Ya no comentaré que esos "seis años" en realidad son cinco, ni haré referencia a que una pluma tan sibilina no oculta una rabia incontrolada no propia de un profesional. Al contrario, sólo diré que nunca he leído que se hablara así de la afición del Real Madrid en diarios tan claramente probarcelonistas como El Mundo Deportivo o el Sport. Una cosa es hablar en términos deportivos y ser más o menos tendencioso y, otra muy distinta, faltar al respeto de esa manera desde uno de los periódicos de mayor tirada nacional. Está claro que el anticatalanismo vende en el resto de España, pero esos extremos me parecen más bien descerebrados.

Así somos los catalanes, aliens babosos de instintos irrefrenables. Lo más grave es que siempre hay gente que ríe la gracia.

Michael Jackson

No soy fan de Michael Jackson, ni en lo musical ni en lo personal. Sin embargo, desde hace un tiempo se está llevando a cabo un descerebrado juicio popular contra él, en el que se le considera por adelantado culpable de pederastia. No me refiero al juicio real, basado en pruebas y evidencias, y cuyo resultado, recordemos, todavía no ha sido dictaminado, de modo que, por el momento, a efectos legales Jackson no es un pederasta. Hablo más bien de que ya es considerado por todos como un abusador de menores, sin base alguna más que el ruido provocado por un proceso de orígenes desconocidos.


Su fotografía más famosa.

Todo esto viene a cuento por lo que pude ver el otro día en Crónicas marcianas. Apareció Víctor Gutiérrez, un sudamericano acelerado que se esforzaba en repetir cada dos frases que "Michael Jackson es pedófilo, merece ser condenado". Cómo no, estaba promocionando un libro en el que explicaba todo esto. Ya por naturaleza, desconfío inmediatamente de una persona que lanza acusaciones contra otra sin aportar ningún tipo de prueba. Y esto era lo que ocurría con este individuo. Enseguida me dio la impresión de que, en realidad, lo que pretendía era vivir del jaleo montado a raíz de los ataques a Jackson; es decir, vivir a partir de perjudicar a otra persona, lo cual es en sí bastante mezquino.

Me escandalizaban algunas de sus frases: "Salga lo que salga en el juicio, el pueblo ya ha juzgado a Jackson y lo considera culpable" (me sorprende que esta afirmación de carácter netamente ultraderechista pasara desapercibida en ese momento para el habitualmente tan comprometido Javier Sardà), "Macaulay Culkin va a ir al juicio a mentir, al igual que todos los testigos de Jackson" (sin presentar, obviamente, ninguna prueba que demostrase su afirmación) y la más extraña: "Supe el dato de una organización de pedófilos que se reune una vez al año. Hice un reportaje de ellos, que se llama Nambla y pertenece al North American Man/boy Love Association, donde salía que Jackson era pedófilo" (¿una organización de pederastas con estatutos, cuyos miembros tienen carnet de socio?). Afortunadamente, a los cinco minutos apareció Jesús Palacios para, con toda la razón, hablar a aquel sudamericano de la presunción de inocencia, de sus afirmaciones de carácter sensacionalista y fascista, y de que hasta el momento todas las acusaciones contra el cantante se basaban sólo en testimonios.


Las tribulaciones del joven Jackson.

Aquel señor se limitó a defenderse con la siguiente frase: "Estoy seguro de que Michael Jackson es pedófilo, y lo voy a decir en todas partes y en todo momento. Michael Jackson es un pedófilo. Lo repito: Michael Jackson es un pedófilo. La pedofilia va de la mano de los asesinos y de las personas más malvadas" (¡toma ya!). Poco después, buscando por Internet, me entero de que este individuo ha sido denunciado por Jackson y de que, por todo este escándalo, ha conseguido un trabajo en la cadena ABC. La imagen que dio de Jackson era bastante inverosímil por malintencionada: un ser maligno, pedófilo compulsivo, que realizaba todas sus acciones con el único objetivo de seducir a niños, que estaba arruinado (me cuesta creerlo, la verdad) y que hacía grandes inversiones para luego devolverlas al mes y amenazar judicialmente a las empresas que intentaban denunciarlo por ello (pero... ¿no estaba arruinado?).

Todo esto lleva a una reflexión sobre el asunto. No sé si Michael Jackson es pederasta. Lo que está claro es que a la sociedad le cuesta asumir que un verdadero freak, una persona tan fuera de las estructuras y ajeno a la normalidad, tenga tanto poder y fama. Y por eso se convierte en un fácil cabeza de turco y en pasto de los que, quizá, buscan aprovecharse económicamente de su mala imagen intrínsenca. Preguntémosle al pueblo llano:

-¿Abusa Michael Jackson de los niños?
-Sí, claro.
-¿Por qué?
-Bueno, no me extrañaría... con lo raro que es... Dicen que se acostaba con un chimpancé.


¡Dale un besito a tito Jackson!

Independientemente del resultado del juicio, y dejando claro que hasta ahora todas las certezas sobre su pederastia no pasan de la "creencia popular", una estrella del pop que vive en un parque de atracciones, que cambió el color de su piel y transformó su cara en algo indeterminado, que aparece en una entrevista diciendo que le gusta dormir con niños... es, más que nada, un mito cultural que será recordado durante muchos años.

Get Fuzzy vs Garfield: asunto de gatos

Hace unos meses me quedé sorprendido al leer una recopilación de tiras cómicas titulada Get fuzzy, editada en español por Astiberri. Lo pasé en grande, era lo más divertido que leía en meses. Su autor, Darby Conley, usaba como protagonistas a un gato, un perro y el dueño de ambos. Es decir, exactamente igual que el Garfield de Jim Davis. Pero diferente.


Satchel, el perro tonto, y Bucky, el gato cabrón.

Conley parte de una estructura ya clásica para convertirla en algo distinto. No es ni mucho menos un imitador, a pesar de que el carácter de sus personajes es idéntico al de su fuente de inspiración: el gato, Bucky, al igual que Garfield, es la estrella indiscutible de las tiras: se siente constantemente por encima de los otros dos personajes. Satchel, el perro, es, como Odie, básicamente tonto. Y Rob es tan flojo hacia sus mascotas como lo era Jon.

La diferencia, aunque sutil, es esencial para generar un universo nuevo. En Garfield no existía comunicación entre los hombres y los animales. De hecho, el perro Odie ni siquiera hablaba. Los pensamientos de Garfield quedaban para sí, en un intento del autor por mantener el realismo. Esto hacía que casi todas las tiras estuviesen orientadas hacia el gag, la gracia de la última viñeta. A pesar de su incuestionable calidad, las historietas se limitaban a toda una serie de situaciones que se repetían una y otra vez, fruto de las imposiciones realistas de base con las que habían sido creadas. Garfield era poca cosa más que un gato gracioso, con una personalidad esquemática y definida a partir de explotar los tópicos sobre los gatos.


Garfield: nada más allá del gag.

Y entonces llega Get Fuzzy. Conley, consciente de que en la ficción lo único que importa es que el mundo generado funcione, prescinde de los límites de Garfield y dota al concepto con una mayor riqueza y variedad. Las mascotas hablan entre sí y con su dueño, lo cual hace que sus personalidades se desarrollen con todos los matices a lo largo de las tiras, especialmente en el caso de Bucky, el gato, protagonista absoluto. La originalidad radica en que su forma de ser se construye a partir de los tópicos sobre perros y gatos, y los superan precisamente al darles profundidad. Ya hemos dicho que el perro Satchel sigue siendo tan tonto como Odie de Garfield, pero mediante sus palabras nos encontramos más bien con un ser inseguro, inmune a los dobles sentidos, simple, asustadizo y bienintencionado. El dueño, Rob, es un comparsa ante las evoluciones de sus dos mascotas, pero repite el esquema Jon-Garfield: flojo, incapaz de imponerse, una mera justificación para dar lugar a las relaciones humano-mascota, aunque quizá con un mayor punto de distanciamiento e ironía que su fuente. Y ya llegamos a Bucky, o la perversión de Garfield: traidor, ruin, malvado, hiriente, egoísta y, precisamente por todas estas indisimuladas cualidades, carismático y fascinante.


1-¿Qué es eso?; Es un cilindro indicador de la inteligencia entre especies. 2-Hum. ¿Y qué se supone que hace?; Determina la inteligencia de un animal midiendo la distancia que se mueve hacia el cerebro del sujeto, usando una fórmula inversamente proporcional. 3-Vale, te seguiré la corriente. Veámoslo. 4-Hmmm.... 5-(Whap!). 6-Guau... Se acercó mucho. Eres estúpido.

He aquí otro ejemplo de su peculiar carácter.

Rob: ¿Así que podemos conocer a tu pareja?
Bucky: No.
Satchel: ¿Por qué no?

Bucky: No quiero que sepa que vivo con un idiota y un perro. Perjudicaría mi imagen.
Rob: Como soy tan idiota, igual se me olvida darte tu asignación.

Bucky: Rob, quería decir "idiota" en el buen sentido. Como, "¡qué gran idiota es ese Rob!"
Rob: Deberías retirarte cuando vas perdiendo por poco.
Satchel: ¿Y qué tiene de malo ser un "perro"?

Y he aquí una de las muchas situaciones que produce confrontar las leyes del mundo humano con el universo de las mascotas:

Satchel (mostrando a otro perro): Rob, ¿recuerdas a Smokey? Me lo he encontrado en la calle. ¡No lo veía desde la escuela de adiestramiento!
Rob: Oh, claro, ¿cómo te va, Smokey?

Smokey: Bien.
Rob: Y... ¿qué has estado haciendo estos años?

Smokey: Nada.

-Silencio-

Rob: Bueno, hum... ¿todavía persigues a los coches?

Smokey: No. Ahora me va el olisqueo...
Satchel: ¡Y a mí! ¡Me encanta olisquear!
Rob (levantándose del sofá): ¡Vale! Bueno, veo que tenéis muchas cosas que contaros...

Para acabar, tan sólo un lastre. Y es que, muchas veces, las tiras de Get Fuzzy no pueden volcarse al español porque hacen uso de juegos de palabras intraducibles o de elementos habituales de la cultura norteamericana que aquí son desconocidos. En la edición de Astiberri, excelente por otro lado, esto revierte en unas pocas tiras extrañas a las que es imposible verles la gracia. De todas maneras, incluso así serán siempre más graciosas que, por ejemplo, los odiosos Calvin y Hobbes, auténtico sustrato cultural de chicas que se sienten profundas.

¡Discotecas!

En las discotecas se lleva a cabo una curiosa costumbre social. La gente, tras pagar una entrada -a un precio generalmente alto-, se aglomera en un espacio cerrado para bailar. El objetivo prioritario parece el de divertirse. Sin embargo, desde aquí dejamos caer hoy una pregunta a la espera de que alguien se vea capaz de responderla: ¿quién se lo pasa bien en una discoteca?


Borriquito como tú... tururú...

A estos sitios normalmente se va los fines de semana por la noche. Y suelen estar atestados, de tal manera que es difícil no sólo caminar hacia algún sitio, sino permanecer en el mismo sin sufrir empujones, pisotones o salpicaduras de los cubalibres que accidentalmente caen al suelo. Tras cruzar una entrada en la que normalmente habrá mucha cola -si se va a los sitios punteros-, y superar el examen de un gorila con uniforme que nos mirará de arriba abajo -por si hay algún elemento de nuestro aspecto susceptible de no ser lo bastante cool para el sitio en el que se entra (incluido, claro, que nuestro color de piel no se parezca demasiado al de la raza árabe)-, entraremos en un espacio con la temperatura elevada y en el que encontrar un hueco es ya un objetivo propio de los doce trabajos de Hércules. Y aquí encontramos toda una serie de costumbres, actitudes y personajes que dan para elaborar varios estudios al respecto.

-Las feas arregladas son uno de los elementos más grotescos. Acostumbran a ir muy maquilladas, con el pelo luciendo un sofisticado ondulado, minifalda que apenas puede contener los morcillones y unas llamativas botas. Como se encuentran muy guapas y especiales, responderán con antipatía a cualquier insensato que se les acerque y no muestre seguridad o cualidades de macho dominante. Normalmente tienen una vida interior muy simple, se conocen al dedillo la discografía de Bisbal y presumiblemente trabajan en la caja de un supermercado o en un peluquería. Constituyen una parte importante del grueso de componentes femeninos que pueblan una discoteca.


El tipo éste es uno de los triunfadores de discoteca. Un chico despierto...

-Peor aún son las guapas que saben que lo son. Al igual que la categoría anterior, están muy maquilladas y, conscientes de que físicamente resultan atractivas, miran con abierto desdén a quien se atreve a acercarse a ellas. Generalmente son víctimas de los triunfadores de discoteca, de los que hablaremos más adelante, sobre todo porque no están capacitadas para aguantar demasiado tiempo una conversación más o menos inteligente o con un cierto contenido. Suelen integrar pequeñas cadenas de ellas que se cogen de la mano para llevar a cabo la costumbre de cruzar de lado a lado la discoteca, pasando entre los grupos, pisando y empujando. El caso más extremo que hemos podido comprobar es el de uno de estos portentos culturales que se dedicaba a apartar a la gente a manotazos para alcanzar sus objetivos.

En estos dos grupos quedan englobadas las chicas que suele haber en una discoteca. De lo cual puede deducirse que las chicas que acuden a estos sitios son cutres. Las que tienen mayores recursos intelectuales no van a discotecas, no tienen nada que hacer allí. Las únicas que escapan de esta clasificación suelen ser grupos de amigas no demasiado favorecidas que van por si hay alguna posibilidad de encontrar novio.

¿Y en cuanto a los chicos? Pues fácil:

-Los más irritantes son los bailadores descontrolados. Eludiendo cualquier tipo de norma de educación o del respeto al prójimo, probablemente con sus escasas neuronas afectadas por el mucho alcohol, bailan sin tener ningún cuidado de molestar con sus movimientos a las víctimas que se mueven a su alrededor. A su lado, es fácil llevarse un pisotón, varios empujones o, lo más peligroso, una quemadura de cigarro. Dentro de éstos se cuentan los grupos de amigos que bailan las "canciones" de Celtas Cortos en corro, y avanzando de atrás adelante a la par que barren con todo lo que se cruza en su camino. Otra variante es la del tipo que invade nuestro espacio y parece no darse cuenta de ello; en un momento dado, tenemos a alguien apoyado en nuestra espalda o que se cierne sobre nosotros como si nos quisiera engullir.


He aquí un borracho, posando con unas chicas ciertamente extrañas.

-No menos ridículos son los triunfadores de discoteca. Van engominados, con peinados a la última moda, y su mirada denota seguridad y ojo clínico para las piezas susceptibles de ser acechadas. Su táctica consiste en acercarse a las chicas (principalmente las guapas conscientes de serlo; las feas arregladas, si el asunto se vuelve difícil; y las feas friquis, nunca) y empezar a bailar frente a ellas con gesto simpático y atrevido, algo muy valorado por las más cutres del lugar. El objetivo es o bien pillar cacho, o conseguir que la chica le diga a sus amigas, al día siguiente: "Pues ayer conocí a un chico muy simpático" (aunque apenas hayan cruzado cuatro o cinco frases, incluida la petición del móvil), y tarde o temprano acabar también pillando cacho.

-Y otra clase de chicos discotequeros, que constituyen prácticamente una secta: los borrachos. Se les ha ido la mano con los cubatas y, aparte de lo más o menos molestos que puedan resultar con su comportamiento, lo más característico e irritante es que, si llegan a hablarnos, nos transmitirán a través de su aliento un olor hediondo, mezcla de jugos gástricos y alcohol fermentando en la lengua, agrio y repugnante, como una especie de anticipo de los vómitos que tendrán lugar en el lavabo de su casa -o en los meaderos de la propia discoteca.

No podemos terminar sin mencionar a los encargados de la barra. Si son chicos, nos mirarán con suficiencia y descaro desde el inmenso poder y responsabilidad que les confiere el hecho de que nuestro cubata -caro y, casi seguro, de garrafón- nos llegue antes o después. Y si son chicas, probablemente serán bastante atractivas y sólo por eso su actitud será la de "mírame, aunque yo estoy aquí sólo trabajando". Eso sí, en la altivez de sus comportamientos nunca dejará huella el hecho de que están cobrando una miseria por un trabajo desagradecido. De todas maneras, conozco a algunos que no son así. Pero el 90%, sí.

Así pues, gente hacinada y molesta, calor, cigarrillos peligrosos, mucho humo, camareros insufribles, gorilas agresivos que sustituyen con esteroides la falta de conexiones cerebrales adecuadas, borrachos de aliento tumefacto, meaderos infernales con colas de pesadilla y repletos de charcos de pis, gigolós de todo a cien y cajeras de supermercado que son las reinas de la noche y, lo peor de todo, una música horrorosa en la que predominan los ritmos latinos que ahora están muy de moda. ¿Qué nos motiva a acudir cada fin de semana a una discoteca? No lo sabemos.

Lo peor (2). Los mundos de Covi

¡En fin! Nos sentimos orgullosos de poder ofreceros hoy un blog realmente malo, pero malo con ganas. Y ya no es que sea malo en cuanto a su contenido o en lo que respecta a la forma de tratarlo, sino que consigue ser una completa inmundicia en absolutamente todo, al 100%, algo que incluso tiene su mérito.

Se trata de Los mundos de Covi, y con este título, obviamente, no podía más que pertenecer a una joven de actitudes down. Su absoluta incapacidad para hilvanar un discurso coherente, ordenado o con un mínimo de interés se extiende incluso a la presentación estética del blog, que opta por unas absurdas líneas pegadas una a otra, sin ningún tipo de noción de lo que es un punto y aparte o la separación entre párrafos, como si fuera una seguidora rezagada de los monólogos interiores de Joyce. Las historias que cuenta, y que pueden intuirse entre exclamaciones chachi como "besukossss!", "aissssss!" e infinitos "XD!!", hacen referencia a aspectos tan apasionantes como que va a tomar una cerveza con sus amigos, luego va a dar una vuelta y por último regresa a casa. O sea, cuestiones profundas de primer nivel.


El lector medio de Los mundos de Covi.

Es divertido analizar alguno de sus párrafos. Por ejemplo, en este habla de unos guardias civiles que osaron pararla cuando iba en coche y pedirle el carnet de conducir:

"...nos paran isofacto...y dice el gurdia to seguro....Carnet plis....el welo lo da....docuemntacion de el coche...el welo lo da....y despues de un rato comporbando(xq esq son lentos...tanto estar al sol no es bueno pa nadieeee)nos dice:Usted no sabe q ahy q llevar la tarjetita de la ITV puesta???"

El subrayado en negrita lo hemos puesto nosotros, para valorar en su justa medida esa gran capacidad que esta chica muestra para idear nuevos vocablos, a menos, como sería verosímil pensar, que sufra algún tipo de dislexia o que padezca alguna amputación que le haga escribir con los dedos de los pies. O, como ella misma dice, que pase demasiado tiempo al sol. El caso es que, después de haber escrito un párrafo tan triunfal como el que acabamos de mostrar, dice lo siguiente:

"Y yo flipando xq la tenia delante de mis narices....y yo este tio es TONTO!"

Temblamos de pensar cómo sería aquel tipo, si a ella le parecía tonto... Pero eso sí, hemos sido un poco injustos al decir que normalmente no habla de cuestiones demasiado interesantes. Covi también tiene su pequeño mundo interior, y por eso a veces escribe párrafos reflexivos:

"el jueves kede con mi ya nombrada sister wave(q ahora es mala malosaaaaa),kedamos en el Macdonal,y le regale a Wavesitoooooo un osito mas monooooo,a q si????na tubimos perreando y riendonos y contandonos nuestras aventurillas y llegando a la conclusion,de q ya no escribimos como antes,no se....tamos en un momento ploff en nuestras vidas y la presion nos puede...XDD!!!"

La expresión "Estar en un momento ploff" debería formar parte desde ya de lo más granado de la intelectualidad del país, por todos los matices que pueden derivarse de ella.

En fin, que esta web es única, por varios motivos que enumeramos ahora a modo de conclusión:

-Por ser la única que escribe kepchut.
-Porque en un recuento general, hay más de dos faltas de ortografía por palabra escrita.
-Porque no intenta ser más de lo que es y resulta absolutamente deleznable en todos sus aspectos.
-Porque, a pesar de todo, tiene un gran número de comentarios en cada post... Lo cual lleva a preguntarse sobre las capacidades generales de las personas que tienen acceso a Internet en España, o incluso sobre la posibilidad de que la misma Covi, en un alarde de bizarrismo, sea quien comenta sus propios posts bajo múltiples personalidades. No le vemos más explicación.


Mensaje de amor que Jipiguarro dedicó en su blog a Covi. ¿Cómo pudo ser?

Por último, una curiosidad. Y es que un tal Jipiguarro, en su blog, comenta que está enamorado de ella. Ignoramos si aún lo estará, pero el asunto nos escama. Aunque el blog de este tipo no es ninguna maravilla, sí que se percibe una capacidad de expresión normal y una cierta madurez al hablar sobre determinados temas, mientras que el blog de Covi, con todos los respetos, podría haber sido escrito por un chimpancé al que han sentado delante de un teclado. ¿Alguien nos aclarará alguna vez esta duda?

Casualidades. El destino

Principios de octubre. Estoy con una chica, a las tantas de la madrugada, en una de las habitaciones del piso de mi abuela. Nos besamos, tumbados encima de la cama. De repente tengo con ella una de las conversaciones más extrañas de toda mi vida:
-Dime la verdad -me pregunta. Hoy has querido quedar conmigo para follarme.
-¿Y eso lo pensabas antes de venir?
-Sí.
-¿Pues entonces qué haces aquí?
Se calla. Nos seguimos besando. De repente dice:
-Un momento. ¿Qué quieres hacer ahora?
-Follarte.
-Pues hazlo.
Nos desnudamos. Me levanto para apagar la luz de la habitación. De fondo, se oyen los penetrantes e insistentes ronquidos de mi abuela durmiendo.
-¡Espera! No apagues la luz, por favor -dice ella.
-¿Cómo?
-No la apagues. Es que con todo a oscuras pienso en espíritus y fantasmas y no lo paso bien.
Me tiendo sobre ella con la luz encendida. A mis primeras acometidas, ella responde chillando:
-¡SÍ! ¡SÍ! ¡ASÍ! ¡ASÍ! ¡ASÍ!
Y no baja el tono de su pasión hasta media hora después. Mientras tanto, me siento perdido entre sus gritos, los ronquidos de mi abuela y los espectaculares sonidos de ventosa que nacen en su entrepierna, a modo de estrafalaria banda sonora. No hay pestillo en la puerta, así que me preocupa todo el rato la posibilidad de que mi abuela despierte por los gritos, venga al cuarto y nos encuentre en pleno trabajo y con todo detalle bajo la luz de la lámpara.


En ocasiones oigo ventosas...

Mediados de abril. Estoy por la tarde en el centro de Barcelona, paseando con mi actual pareja. Decidimos entrar a merendar en el Pans & Company de Plaza Urquinaona. Antes de pedir en el mostrador, veo frente a mí un rostro que me resulta familiar. Es la chica que, meses atrás, compartió conmigo la habitación de mi abuela. Ella no se da cuenta de mi presencia, o lo disimula muy bien. Está con su madre. Paga y sube las escaleras hacia el segundo piso, donde hay varios cómodos sofás. Justo el lugar donde mi chica quiere ir.
Mientras pedimos, pienso sobre lo que puedo hacer. Decido subir las escaleras primero, para realizar así una rápida mirada estratégica y sentarme con ella lejos de donde se encuentre la otra chica. Al llegar arriba, veo que ella y su madre están en la zona de los sofás. Miro despistadamente hacia unas mesas del fondo y, señalando con el dedo, digo:
-Podemos ir allí.
Empiezo a caminar con decisión hacia mi objetivo, sin apartar la vista hacia el lado donde está mi antigua partenaire. Pero he aquí que escucho la voz de mi pareja detrás de mi espalda, que me dice:
-Espera, podemos sentarnos en estos sofás.
Me giro, y veo que señala los que están al lado de la persona de la que más lejos quiero estar en ese momento. Aunque me suben los colores al rostro, decido actuar con naturalidad. Al pasar a su lado, le digo, haciéndome el sorprendido:
-Vaya, menuda casualidad.
-Sí -responde ella.
-Eh, merendando, ¿no?
-Sí.
-Hum. Bueno, que vaya bien.
-Adiós.
No meriendo tranquilo hasta que ella y su madre se van. Y entonces comienzo a pensar en las casualidades. Generalmente no creo en nada, pero en momentos como éste es cuando me alinearía junto a los que piensan que existe una fuerza ordenadora y precisa que da sentido a las cosas y que hace que todo suceda por un motivo. Sólo que yo no la veo como un ente abstracto, perfecto y luminoso que actúa omnipotente en el transcurso de los siglos. Sino como un personaje con un retorcido sentido del humor que disfruta generando situaciones propias de cualquiera de las joyas de Ben Stiller.

Por otro lado, hay una canción con la que me identifico en estos días: "Jealousy", de Poppees. No me gustaría perder a quien quiero por mi culpa y por mis inseguridades. Sobre todo cuando ella no deja de demostrarme tantas cosas día tras día.

Los chicos del manga

Reconozco que nunca me ha gustado el manga. Me dejan indiferente esos tochos que se leen en diez minutos, llenos de líneas cinéticas y con una alarmante carencia de diálogos que no sean gritos u onomatopeyas. Lo mismo digo del dibujo: me repele ese estilo japonés tan uniforme, que parece hecho con plantillas, y donde las caras con aspecto de estreñimiento apenas varían. He intentado acercarme al manga considerado de calidat, pero pienso lo mismo: me aburro. No me llena.


¿Frodo Bolsón? No. Es uno de esos freaks disfrazado de personaje manga.

Todo esto podría quedar en el subjetivo ámbito de los gustos, respetable desde cualquier punto de vista. Pero mis pensamientos sobre el manga suelen ir más allá, a causa de una circunstancia muy concreta: cuando estoy en el centro de Barcelona, si tengo mucha prisa, lo más normal es que acabe yendo al Fnac a comprar cómics, porque es el lugar más céntrico y cercano a la estación de trenes. Y en el momento en que me aproximo a la sección de tebeos empieza mi irritación.

La sección está montada de la siguiente manera: el manga ocupa una pared completa, con los tebeos perfectamente ordenados y visibles, y con la constante amenaza de invadir la otra parte de la pared (ocupada por los tebeos de superhéroes). Justo enfrente está el espacio dedicado al cómic que me gusta a mí (el europeo o el americano no comercial), y que viene a ser una antítesis de lo que tiene delante: los cómics desordenados, puestos de cualquier manera y frecuentemente arrugados o con manchas. Encontrar lo que se está buscando puede ser a veces una auténtica labor de arqueología.


¡Pero qué es esto! ¿A esas edades, y disfrazado de Son Goku?

Sin embargo, aquí no acaba todo. Acudir con frecuencia a esta sección implica observar a los clientes que suelen poblarla. Y obviamente, casi todos van hacia la zona manga. Hay un prototipo característico de aficionado al manga, aunque con esto no quiero decir, ni mucho menos, que todos sean así, y conozco casos de lo contrario. Pero el 80% de los que compran manga en el Fnac son de esta manera: hay una gran mayoría de chicas, adolescentes o postadolescentes, con tendencia al sobrepeso o bien al acné agresivo -o una mezcla de las dos cosas- y en general, poco agraciadas. Van vestidas con ropas anchas y, característica esencial, cargan casi siempre a sus espaldas una enorme mochila en la que, supongo, guardan sus adquisiciones. Y los chicos, pese a ser menos, comparten algunos de estos rasgos: intensidad hormonal elevada (comprobable en el estado de su piel), gomina natural en el cabello y también, cómo no, la mochila de marras, aunque suele ser más pequeña que en el caso de las chicas. La simbiosis perfecta es la pareja freak que conversa entre sí para saber qué acabarán comprando.


No, no es la tercera guardiana del baptisterio. Es otra fan del manga.

Me resultan especialmente irritantes cuando estoy intentando encontrar algo. Porque dado que el manga está justo en la pared frente a la que debo colocarme yo, y que el pasillo entre los dos espacios es muy estrecho, muchas veces me encuentro a este tipo de individuos bloqueándome el paso con sus incongruentes mochilas, o sentados en el suelo leyendo alguno de sus engendros, cuando no ya directamente apoyados en los estantes de los tebeos que me gustan ("qué más da, si esto no lo mira nadie").


Ni ella ha soportado las pintas que lleva.

Creo que hay muchos motivos por los que el manga ha tenido éxito entre estos friquis. Se trata de una lectura fácil -no hay demasiado que leer-, llena de dibujos amables y cargada de ingenuidad soterrada. Es la combinación perfecta: violencia, sexo e infancia, o lo que es lo mismo: escapismo barato y pajillero, vulgar comilona para quienes se sienten especiales. Un mundo que los acoge de una manera tan perfecta sólo puede llevar a enamorarse de él. Y de ahí las convenciones manga, en las que estos freaks suelen aparecer disfrazados de sus personajes favoritos, obviando muchas veces cualquier tipo de sentido del ridículo o de la estética. A este respecto, recomiendo el excelente artículo de Viruete, en el que el autor demuestra su extraordinaria habilidad para, sin ofender a nadie, retratar en su justa medida el componente grotesco y bizarro de esta clase de acontecimientos.

El profesor Kaspovsky: ciencia y filosofía zen

A lo largo de la historia, una serie de personas desconocidas por la mayoría han alcanzado importantes éxitos para la humanidad. En el transcurso de los años sólo unos pocos llegan a conocer sus logros y a rendirles la admiración que merecen, y se transforman así en figuras de culto. Éste es, sin duda, el caso del profesor R. Kaspovsky.


Su rostro era una expresión evidente de los misterios que le consumían y que le hicieron idear revolucionarios teoremas.

Nacido en un pequeño pueblo de Moscú, en un año indeterminado de principios de los años 20, poco sabemos de su vida hasta 1941, cuando aprovecha la confusión de la 2.ª Guerra Mundial para huir a Estados Unidos. Allí pronto es reconocido como uno de los físicos más jóvenes y prometedores del momento. Uno de sus maestros fue Albert Einstein, a cuyos seminarios sobre física cuántica acudió. Precisamente, en una entrevista realizada algunos años más tarde, Einstein dirá lo siguiente sobre su joven discípulo:

"Recuerdo que, sin lugar a dudas, la mente más brillante de por entonces era la de Kaspovsky. Lo tenía todo: imaginación, conocimiento técnico y capacidad analítica. Desgraciadamente, la vida le llevó por ciertos caminos esotéricos que dieron al traste con sus habilidades." (1)

En 1945 entra a formar parte del equipo de elite del laboratio Nimus-A de Alabama, uno de los más famosos y avanzados en aquellos años, y dedicado a estudiar la estructura molecular de la materia en relación con la aeronáutica. Allí se especializará en formulaciones matemáticas. De hecho, a esta época pertenece la única fotografía que se conserva del científico, tomada a la salida del laboratorio. También se guarda el testimonio de uno de los encargados de mantenimiento:

"Aquel tipo... era realmente extraño (...) No había manera de entenderle cuando hablaba, y su actitud nocturna era sospechosa. Cada mañana despedía olor a bebida barata. Siempre me impresionó que alguien así fuera considerado uno de los talentos más importantes de su generación." (1)

En 1948, el Gobierno de Estados Unidos decide formar un equipo de veinte científicos, que será trasladado a las instalaciones aeronáuticas de Florida para ocuparse de las investigaciones más avanzadas relacionadas con la Nasa. El joven Kaspovsky es uno de los elegidos... Pero inexplicablemente, decide renunciar. Sin ningún motivo aparente emprende un viaje al Tibet, en el transcurso del cual se le da por desaparecido.

Siete años después, los altos cargos de la Nasa reciben con sorpresa a una persona que demuestra ser Kaspovsky. Le aceptan de nuevo como integrante de los laboratorios, y he aquí cuando empieza la época más fértil y revolucionaria del científico. Emprende una serie de investigaciones de marcado cariz personal, en las que une sus extraordinarios conocimientos matemáticos a la filosofía zen que, al parecer, estuvo asimilando en un monasterio budista del Tibet. Pronto es destituido de su cargo. El acta en el que se da cuenta de los motivos de su cese da buena cuenta de lo que le ocurría:

"No muestra ningún tipo de interés por ceñirse a la línea marcada desde el Gobierno para la experimentación y el avance del sector de la ciencia al que pertenece." (2)

Kaspovsky se recluye en su residencia de White Dive, en Ohio, y es aquí donde idea su fórmula más famosa e innovadora: el teorema para saber si alguien no conoce a su tío.


Los estudiantes de la Universidad de Yale destacan por su mentalidad abierta e impredecible. No en vano, llevan el sello de Kaspovsky.

En poco tiempo, su fórmula revoluciona conceptos e invade los artículos de las revistas científicas más serias del país. Se abren grandes controversias ya que, por primera vez, alguien había logrado unir la genética y la razón analítica en una perfecta y extraña simbiosis. A pesar de todo, la fórmula funciona y es aplicable en un sentido universal. He aquí lo que el doctor H. Badface escribe en sus memorias sobre aquella época:

"No había otro tema de conversación. Las ideas de Kaspovsky no eran matemática, ni ciencia, ni genética, sino todo a la vez, con una extraña composición formularia basada en el zen y en las enseñanzas del karma. Se convocaban reuniones para desglosar una y otra vez la fórmula, y siempre aparecía matices distintos que evidenciaban que la mente de aquel profesor estaba a años luz de la de cualquier persona ordinaria."

Su creciente fama le valió ser el artífice de los famosos tests de ingreso a la Universidad de Yale, que han configurado a generaciones de estudiantes revolucionarios. He aquí algunas de las preguntas del test, que son al mismo tiempo una mezcla de frialdad científica y filosofía profunda, más hai-kus que cuestiones de examen:

"Si siempre ganas, ¿ganas siempre?"
"¿De dónde no has salido?"

R. Kaspovsky volvió a desaparecer a mediados de los años sesenta en otro viaje al Tibet, pero al contrario que la primera vez, ya no regresó. No se tiene ninguna noticia del profesor desde entonces, aunque se ha especulado con un accidente, en una expedición que ascendía el Everest en la que él participaba, y también se ha hablado de una picadura mortal de serpiente e incluso de una reclusión perpetua en un monasterio zen. El profesor N. Prettyman, uno de sus más afamados discípulos, fue una de las pocas personas que lo trató antes de su último viaje:


N. Prettyman, el discípulo más avanzado de las doctrinas Kaspovskianas.

"Kaspovsky parecía perdido. Era muy difícil mantener una conversación con él, ya que respondía a cualquier pregunta con frases inconcretas y poéticas, al estilo de la tradición filosófica oriental. Había dejado de preocuparse por su aspecto y por mantener una vida ordenada. Daba la impresión de estar en crisis; quizá ya no creía en las bases de la tradición científica occidental." (3)

Desde aquí nos declaramos admiradores de todas las teorías del profesor Kaspovsky, y nos sumamos a la fascinación que despertaba su compleja y brillante personalidad.

(1) R. Goldhand, "50 years of Kaspovsky". Science (num. 322, may 2000).
(2) United States of America Acts, april 1958.
(3) VV.AA. "Encuentros con Kaspovsky". Monográfico de la revista Mundo científico. Junio de 1997.